El cuentecito dice, que estaba una viejecita en un bosque
recogiendo yerbas y bellotas para sus gansos, y que llevaba al hombro un
costal lleno de yerba y unas cestas con frutos y parecía que ya no podía más
con la carga porque iba encorvada por el peso de ella.
Dice que entonces se le presentó un joven que era conde, y le
preguntó cómo podía a sus años trabajar tanto. La viejecita le contestó, que
los pobres aguantaban mucho porque no eran como los señoritos que se les caían
los brazos porque nunca hacían nada. El conde le dijo que iba a ayudarle para
que viera como eso no era así y la viejecita le echó el costal al hombro y le
puso un cesto en cada brazo. Primero le dijo, que tardarían en llegar un cuarto
de hora; luego, que una hora, y así iba alargando el tiempo y el joven ya no
podía dar paso porque dice el cuento que lo que llevaba a cuestas era tan
pesado que parecía un costal lleno de piedras y no de yerbas, y sin embargo él
no podía soltarlo por más esfuerzos que hacía; luchaba por quitárselo de
encima, pero imposible, el saco aquel estaba como unido a su cuerpo, y para
aumentar la carga, saltó la viejecita sobre el saco y se sentó en él, y cuando
el conde rendido ya se detenía, la vieja le pegaba con un palo y le decía:
“Arre”, tratándolo enteramente como si fuera burro.
¿Quién podría creer que después de semejante trato fuera capaz de
recompensarle su trabajo? pero ya hemos visto que sí lo recompensó, y le dijo
que no se quejara, que ya vería cómo no le pesaría haberle ayudado.
Llegaron por fin a la casita, y de ella salieron unos gansos que
después al fin del cuento, hemos visto que no eran animales sino jóvenes
convertidas en gansos, que habían recibido ese castigo por su vanidad y
presunción. Esto, hijitas mías, es increíble materialmente, pero sin embargo,
no cabe duda que las pasiones convierten al hombre en animal y no en otra cosa.
Con que, hemos visto que la vieja llegó a su casa después de
maltratar mucho al pobre conde en recompensa del favor que le había hecho; que
ni siquiera le concedió que descansara, sino que inmediatamente le dijo que
podía irse pues ella no le había de dar hospitalidad. Hemos visto que había
también en la casita, una muchacha horrible que era la que cuidaba a los
gansos, y al conde le costó trabajo no reírse a pesar de lo maltratado que
estaba, cuando le oyó decir a la vieja: –“Vete, hija mía, no sea que el señor
conde quede prendado de ti por tu hermosura”.
Y por último, dice el cuento que como recompensa por haberla servido, le
dio una caja hecha de una esmeralda y que dentro llevaba unas perlas. El joven
aquel emprendió el camino, anduvo errante por el bosque durante tres días y
llegó a una ciudad desconocida. Se presentó en Palacio solicitando ver a los
Reyes, y les ofreció la cajita que la vieja de los gansos le había dado. Dice,
que la reina se desmayó al ver el regalo, y al conde lo cogieron y lo pusieron
preso, pero cuando la reina lo supo, ordenó que se lo llevaran porque quería
hablar con él a solas. Comenzó aquella reina a contar su historia diciendo que
tenía tres hijas, y la última de ellas era un prodigio de hermosura, y además
tenía concedida una gracia, la de llorar perlas. Que en una ocasión, el rey,
temiendo morirse, quiso dividir el reino entre sus hijas pero quería saber cual
de las tres lo amaba más. Llamó a la primera, le preguntó como lo quería, y
ella le dijo que como al más hermoso de sus vestidos; la segunda respondió que
lo quería como a los confites más dulces; y la más chica dijo que como la sal.
El rey se disgustó mucho al oírlo; pensó que el decirle eso era una falta de
respeto, y la mandó matar. Al otro día se la llevaron, la internaron en el
bosque, y la reina no había vuelto a saber de ella. Luego, le contó al joven,
que la causa de su desmayo había sido el ver esa cajita, pues contenía unas
perlas enteramente iguales a las que su hija lloraba, y por eso quería saber de
donde las había cogido él pues tal vez eso le serviría para encontrar a su
hija. El conde le contó la historia de la vieja de los gansos y prometió
acompañar a la reina hasta conseguir encontrar a la princesa. Efectivamente, ya
han oído Vds. cómo se pusieron en camino, en el bosque se extraviaron, y allí
pudo ver el conde a la muchacha que guardaba los gansos, que se quitaba la
careta horrible que la cubría y quedaba convertida en una joven hermosísima.
Luego, llegan todos a la casita y allí estaba la viejecita, pero la joven no,
pues la había mandado a que se cambiara de traje para presentarse delante de
sus padres. Ya desde antes le había dicho a la princesa: –“No olvides que hoy
se cumplen los tres años de que tú llegaste aquí, y ahora yo voy a recompensar
tus servicios y tu obediencia”.
Por último, dice el cuento, que aquella casita se convirtió en un
palacio hermosísimo; que la princesa se casó con el conde y tuvo más que la
herencia que había perdido. Hasta aquí es el cuento; ahora vamos a ver la
aplicación de él para ver qué provecho sacamos.
He pensado, hijas mías, que así como aquel conde caritativo que le
ayudó a la viejecita, sentía la carga encima y le pesaba, pero le era imposible
desprenderse de ella, así nos pasa a nosotras con los sacrificios que hacemos
con tanto gusto por Dios Ntro. Señor. El sufrimiento es fuerte, no cabe duda;
se hace algunas veces pesado y duro es cierto, pero a la vez está unido a
nosotras de tal manera, que no podemos desprendernos de él porque la voluntad
ya lo ha aceptado, y el que por amor lleva una carga, por pesada que sea sigue
adelante siempre con ella. Eso nos sucede con los sacrificios que hacemos por la Esclavitud; tal vez si
viéramos la Obra
triunfante, si todo fuera bonanza y prosperidad, no la amaríamos tanto como la
amamos ahora que la vemos abatida y despreciada. Al verla así, parece que nos
sentimos con más fuerzas para defenderla; que no toleraríamos que la tocaran;
que no podríamos consentir que nos separaran de ella, y sentimos una especie de
celo por su gloria que nos hace perseverar más cada día ¿no es cierto esto? ¿No
los Esclavos sienten pena en su alma cuando saben que alguno se resiste a amar la Esclavitud, y que no se
resuelve a entrar en ella? ¿No todos sufrimos muy contentos y nos parece que lo
podemos todo? No cabe duda que las dificultades en lugar de detenernos nos
animan; mientras más sufrimientos nos proporcionan, más dispuestas estamos a
seguir adelante martirizándonos por Dios Ntro. Señor.
Ya saben lo que a mí me movió a poner el Asilo: la necesidad de
salvar a unos pobrecitos niños abandonados por su madre. Me hacía sufrir
muchísimo ver a esas pobres criaturitas solas, sin tener a quien volver sus
ojos. Ahí tienen Vds. ya la primera carga que tenemos necesidad de llevar
encima: el alimento para esos pobres niños; ese es el saco del conde que no
podía soltar a pesar de sentirlo tan pesado. Luego, la viejecita que salta
encima, ¿no les parece que puede ser el prójimo al que tenemos que llevar a
cuestas toda la vida? Si amamos a Dios, si por El trabajamos, si queremos darle
gloria, hemos de tolerar a los demás, los hemos de tratar bien, hemos de tener
dulzura y suavidad para responder después que nos hayan maltratado. El amor al
prójimo es el que hace a uno santo, no cabe duda.
¡Qué hermoso es ver a un Sacerdote, por ejemplo, aguantando a los
chicos a todas horas; enseñándolos, desvelándose por ellos aunque le paguen
mal; tolerando sus imprudencias, sus faltas de respeto, sus distracciones en
el estudio; el que en lugar de aprovechar el tiempo como él quisiera para que
pronto dieran fruto, ellos se disipan, se dicen pesadeces, se ponen sobre
nombres, se dicen uno al otro: –“El Obispo, el tigre, Soriano, el torero”, y
todo lo que se les ocurre, y en medio de todo eso, el Esclavo siempre dulce, abnegado,
lleno de paciencia, sin soltar la carga aún cuando en ciertos momentos le
parezca pesada. ¿Y por qué no la suelta? porque ya no puede; porque el
sufrimiento forma parte de su vida y ya no podría ser feliz sin él; quisiera
como el conde tener unos momentos de descanso; quisiera no sentirse agobiado
por la fatiga; pero no quiere soltar la carga, eso no. Se detiene un poco para
tomar aliento, y sigue su camino.
¿No es así la historia de todas Vds.? ¿no cargan a cuestas con
todos los defectos de las niñas? ¿no toleran al prójimo? ¿no después de todo
eso, se encuentran con el palo de los mismos a quienes ayudan? ¿no tienen
también a su mamá que siempre les está diciendo: “Arre, adelante, no se queden
atrancadas, caminen deprisa aunque descansen, trabajen, que luego no les
pesará la recompensa”?
Ya ven, hijas mías, aquel joven ¡qué recompensa tuvo! y aquella
niña que trabajó tres años, siempre sumisa y obediente ¿qué perdió? un reino de
la tierra. ¿Qué encontró? otro reino más valioso que el de su padre, comprado
con la riqueza de aquellas perlas que había llorado; y encontró también un
príncipe virtuoso que la supo hacer feliz. No olviden nunca que las lágrimas
del sufrimiento, las lágrimas de la tribulación, son perlas hermosísimas a los
ojos de Dios Ntro. Señor, y de tanto valor, que con ellas podemos comprar el
Reino Celestial, y conseguir el título de Princesas, desposándonos con el Rey
del Cielo que nos espera con los brazos abiertos para darnos la recompensa
prometida.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor, &.