Síntesis:
Del origen de la devoción a la Divina Infantita
y de la Congregación de
“Esclavas de la Inmaculada Niña”
En el
convento de la
Inmaculada Concepción de San José de Gracia de la ciudad de
México, hubo una religiosa llamada Magdalena de San José, quien nació en la misma ciudad de México el día 22
de julio de 1790.
La Madre Magdalenita,
como la conocían no sólo en el convento, sino en toda la ciudad, ejerció toda
su vida el oficio de campanera en su
comunidad;
sobresalió por su humildad por su amor al
prójimo y por una entrañable devoción a la Santísima Virgen
María.
Fue
escogida por Dios para ser la iniciadora de la devoción a la Divina Infantita
en México.
El día
6 de enero de 1840, festividad de los Santos Reyes Magos, mientras la comunidad
estaba en oración y adoraba al Niño Jesús, la Madre Magdalenita
sintió por inspiración divina el deseo de que María Santísima fuera venerada en
su Infancia, cuyo deseo aumentó por un sueño que tuvo dos veces. Soñó a la Santísima Niña, que
llamándola por su nombre la exhortaba a que promoviera esta devoción diciendo:
“Quiero que se me de culto en
mi Infancia,
concederé cuanto se me pida en esta advocación”
La M. Magdalenita
llena de alegría, manifestó todo a la M. Abadesa, y le pidió que mandara esculpir una imagen de
María Niña para darle culto. Necesitó esperar tiempo para que la M. Abadesa accediera a
esta petición, pues necesitaba estar segura que esto fuera voluntad de Dios y
además el precio de la escultura le parecía costoso.
Un buen día en que la M. Magdalenita se puso a ordenar la habitación en la que se
guardaban cosas sin uso, vio la imagen de un
ángel, de unos 40 centímetros de
largo y de inmediato descubrió en él, el rostro de la Virgen que se le había
presentado en sus sueños y pensó, que
transformándolo un poco, podría convertirse fácilmente en la Virgen Niña.
Entusiasmada con su hallazgo, le propuso su idea a la Madre Abadesa, quien
después de muchos ruegos, accedió a llamar un escultor. El escultor remodeló el
ángel hasta convertirlo en la Virgen Niña.
La
M. Magdalenita, llena de amor a la Madre de Jesús, y con
inmensa alegría comenzó a dar a conocer la devoción a la Inmaculada Niña,
con el nombre de “Divina Infantita”.
Sin
embargo no todos los fieles y sobre todo algunos eclesiásticos de la Capital Federal
vieron con buenos ojos esa nueva advocación de María; la oposición fue tal, que
el Sr. Arzobispo de la ciudad de México, se vio obligado a suspender
momentáneamente el culto, prohibiendo la veneración de la Santísima Virgen
con la denominación de Divina Infantita.
La M. Magdalenita; no
se inmutó ella estaba bien segura de que su inspiración había venido del cielo;
recurrió a la Santa Sede;
el Papa Gregorio XVI le dio la razón a la humilde religiosa mexicana; aprobó el
culto a la Divina
Infantita, y lo enriqueció con indulgencias. De 1845 – 1846
aparecen los novenarios, triduos, días ocho y otras oraciones.
Poco
antes de morir, la M.
Magdalenita había encargado a otra religiosa de su mismo
convento, la M. Guadalupe,
que continuara propagando la devoción y culto a la Divina Infantita.
A pesar
de los esfuerzos que M. Guadalupe,
hacía, para cumplir su promesa, después de la muerte de la M. Magdalenita, el
culto de la Divina
Infantita decayó hasta hundirse prácticamente en el olvido a
pesar de que se había hecho bastante popular en México a causa de algunos
favores verdaderamente extraordinarios conseguidos por su mediación.
M.
Guadalupe tuvo una feliz idea para fomentar el culto: mandó esculpir una imagen
más pequeña para que sirviera para las visitas domiciliarias, especialmente
para que fuese llevada a los enfermos. El escultor hizo la imagen, pero a M.
Guadalupe no le pareció suficientemente bella como para enviarla de casa en
casa a fin de ser venerada por las familias; y decidió esconderla en el armario
donde ella guardaba su ropa.
Mientras esta imagencita yacía olvidada en ese armario, el Señor iba modelando el corazón y los ojos de una mujer
destinada a llenar de amor y de arrullos a aquella Virgen Niña que había sido
menospreciada por fea, pero que estaba predestinada para imantar los corazones
y las miradas de muchos fieles esparcidos por los cuatro ángulos del mundo, que
la querrían más que a la niña de sus propios ojos y la arrullarían al compás de
los latidos de su corazón. Esta mujer fue precisamente Rosarito Arrevillaga.
M. Ma. Del Rosario Arrevillaga Escalada
“Muy niños nos tenemos que hacer
para entender toda la ternura que encierra
el amor de la
Divina Infantita”
“Dios Nuestro Señor nos ha querido dar por Reina a la
Santísima Virgen pequeñita, Niña chiquitita
para que así la veneremos y por su amor nos hagamos niños”
Ma. del
Rosario, nace en la Capital
de México en un entorno social de conflicto religioso, cuando eran aplicadas
las Leyes de Reforma que dieron paso
a la separación de la Iglesia
del Estado.
Sus
padres Dn. Marcos Arrevillaga González, “un
honrado señor español” y Dña. Guadalupe Escalada Cavallero, “una piadosa señora de Puebla” forman un hogar cristiano y de sólidas
virtudes.
Al morir
la niña anterior a Rosarito, sus padres pidieron a Dios por medio de la Santísima Virgen,
que les concediera otra niña. Prometieron levantarse cada día a las tres de la
mañana para rezar los quince misterios del rosario y darle este nombre a su
hija.
El día 12 de noviembre de
1860, nació la niña tan ardientemente deseada, “la hija del Santo Rosario”, y el día quince del mismo mes, recibe el
sacramento del Bautismo en la
Parroquia de San Miguel Arcángel.
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Por
especial don de Dios, nació con un alma inclinada, hacia las cosas del
espíritu. Así los ejemplos de vida cristiana, sencilla pero intensa, que le
daban sus padres, fueron bien asimilados por Rosarito desde sus mas tiernos
años.
Desde
su preparación al primer encuentro con Jesús Sacramentado, quedó cautivada, y
se inició en ella, un gran amor a la Eucaristía, y
un intenso amor a Dios y a la Virgen Inmaculada
penetró profundamente todo su ser.
La
piedad infantil de la niña Rosarito revestía unos caracteres cristológicos y
marianos muy serios; no se conformaba con el rezo vocal de unas oraciones
mecánicamente aprendidas, sino que aspiraba a un encuentro con Dios, a través
de una verdadera contemplación.
De muy niña se sintió atraída por la Humanidad dolorida de
Jesús, por medio de una pintura del Ecce
Homo; propiedad de la familia. El amor y comprensión profunda de este
misterio de Cristo Redentor creció paralelamente con la edad de Rosarito. La Humanidad de Cristo
lleva por sí misma a la Mujer elegida por Dios desde
toda la eternidad para ser su Madre. Bien imbuida desde su más tierna infancia
del valor corredentor del sacrificio, lo aceptó cuando éste llamó a sus
puertas.
Ecce Homo
Rosarito era de carácter vivo y alegre, tenía
apertura, libertad, gracia e ingenio a raudales.
Su
amiga Trini Porta que tiempo atrás frecuentaba a las religiosas
Concepcionistas, llevó a Rosarito a visitarlas, cuando apenas acababa de
cumplir 19 años.
Este
primer encuentro no tuvo lugar en un convento, sino en una casa particular,
pues las monjas vivían exclaustradas, en grupos pequeños, y escondidas por
miedo al Gobierno, pues habían sido expulsadas de sus Conventos. Las monjas
sólo recibían a personas de gran confianza, como era el caso de Trini Porta.
Allí
contempló por primera vez la imagen de la Divina Infantita,
en aquel mismo instante quedó enamorada de Ella para siempre.
Se
arrodilló ante la imagencita y exclamó:
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“Así es como llena mi corazón”
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Y desde ese instante una verdadera locura de amor por la Divina Infantita
animará a Rosarito hasta el último suspiro de su vida.
Sus visitas a la casa de las
monjas fueron cada vez mas frecuentes para llevar flores y cuidar que
siempre estuviera encendida la
lamparita del tesoro de su corazón.
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Regalo
de su fiesta onomástica
En el
mes de octubre de 1880, por la fiesta onomástica de Rosarito, se fue a ver a
sus amigas, las monjas Concepcionistas, la. M. Guadalupe que sentía verdadero cariño
por Rosarito, le prometió como regalo
aquel objeto que ella misma encontraría envuelto en una tela blanca en el fondo
de su ropero.
Presurosa se fue Rosarito a buscar en el fondo del armario, y cuál sería
su asombro al encontrar una imagencita de la Divina Infantita;
precisamente aquella imagencita fea que M. Guadalupe no había considerado digna
de recibir culto público. Pero Rosarito la veía como la Niña mas hermosa del mundo; y
la imagencita que había estado oculta durante años, tendría el culto más
espléndido.
María
Niña se convirtió en el imán de todos sus afectos y objeto de todas sus
ocupaciones. El Espíritu le dio unos ojos nuevos, una fuerza nueva para
penetrar la profundidad de todas las cosas; y esa fuerza no era otra que la
Infancia Espiritual
Actitud de espíritu conforme a la cual es
preciso morir a todo; y en silencio, en inocencia, en pureza, en sencillez, en
pobreza y humildad de corazón esperar y recibir la voluntad de Dios.
Y
vivir día a día en abandono total, sin mirar ni hacia atrás ni hacia delante
para, a imitación de la
Divina Infantita desde el primer momento de su ser, unirse
al Cristo radicalmente anonadado del Evangelio, que se hizo puro vacío de sí
mismo para llenarse plenamente de la voluntad de su Padre.
Aquella
Imagen de la Divina
Infantita, rechazada por fea, fue la que despertó en Rosarito
el carisma que el Espíritu Santo había depositado en su corazón y que definían desde lo más íntimo de su ser
su identidad profunda:
v de mujer,
v de cristiana,
y
v de elegida por
Dios para hacer una nueva lectura en la Iglesia,
de una página del Evangelio.
Esta página del Evangelio muestra
la benevolencia de Dios para con los niños, los sencillos, los desvalidos, los
que no tienen poder de ninguna clase. Porque en definitiva, el mundo no lo conquistan
los poderosos sino los que no son nada, los inocentes, los niños, los sin
derechos, los pobres y los pacíficos de las Bienaventuranzas Evangélicas. Como
era el caso de Rosarito que había vibrado ante lo inocente, lo sencillo, lo
puro, lo amable, lo pobre y sencillo que reflejaba aquella imagencita de la Divina Infantita
que había sido considerada como inútil, como incapaz para atraer la atención y
el cariño de las gentes.
“Si no os hacéis como niños,
No entraréis en el Reino de los Cielos”
(Mt 18,3)
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Mensaje que valió para aquel tiempo y seguirá
siendo válido para todos los tiempos, porque no hay nada mas que un Evangelio
que vale por los siglos de los siglos; en ese Evangelio de Jesús hay una página
que el Espíritu quiso que pusieran
de relieve los Fundadores de la
Esclavitud de la Divina Infantita, porque en su tiempo no estaba
suficientemente explicitada en la vivencia del Pueblo de Dios.
Rosarito, la mujer adulta que empezaba a ser,
al cumplir veinte años, quería
permanecer, evangélicamente, niña, para poder dirigirse a su Padre Dios sin
más poder ni más fuerza que su desvalimiento de niña, sin otra exigencia que su
ternura de hijita que no tiene mas poder ni sabe hacer otra cosa que arrojarse
en los brazos de María, pero María Niña chiquita, “en el primer instante de nacida” para que la lleve a Jesús.
Sería pura disponibilidad en las manos del Padre, siguiendo las huellas
de Jesús hecho radical disponibilidad, vaciado de sí mismo, anonadado, para ser
radical apertura a la voluntad del Padre; y el máximo Modelo, plenamente
humano, totalmente perteneciente a nuestra orilla humana.
Permanecer
evangélicamente niña, comporta actitudes de madurez cristiana, de sabiduría y
una capacidad de sufrimiento que están en el polo opuesto del infantilismo.
Rosarito, descubrió su identidad profunda,
y supo también qué tendría que hacer con los dones de naturaleza y gracia,
juntamente con el carisma que el Espíritu había depositado en lo mas profundo
de su ser, para que redundase en utilidad para la Comunidad del Pueblo de
Dios.
Dio
a conocer a María en el misterio de su Infancia, para que se explicitara y
visibilizara en una preocupación por los pobres, por los más pobres, como son
los niños abandonados.
Rosarito
se convirtió en una auténtica apóstol de la devoción a la Divina Infantita
desde una doble vertiente:
v Dar a conocer esta devoción entre los fieles y ser
v Signo fácilmente visible del amor de Dios por los débiles, los
necesitados los marginados; los cuales podrían identificarse más fácilmente con
María Niña: los niños pobres y abandonados.
Veinte años después de haber empezado a dar culto a la Divina Infantita,
experimenta dentro de sí, que le pedía la edificación de un Templo en el que se
le tributara un verdadero culto garantizado por la Iglesia. Rosarito
no tuvo mas remedio que embarcarse en tan difícil empresa para complacer a la Reinita de su corazón.
“Delirando yo por la Santísima Virgen,
me robó el alma y todos sus afectos; y trabajé en su culto por conseguir que los devotos honraran la Inmaculada Concepción
en su primer instante; y la quise con tal locura, que cuando todos los días
hacía mi oración, le platicaba a Nuestro Señor me diera un pedazo de su mundo
para levantarle un Templo, y quería que fuera en el centro de la ciudad”
En su estrechez económica, se vio obligada a pedir
dinero: “Empecé a pedirles a las personas
que me dieran para comprar un terreno, y todos se reían de mi; ni me decían sí,
ni me decían no”
Tan
desanimada estaba, que hasta hizo una novena a la Divina Infantita
para que le quitara aquello que sentía:
“…cada día estaba como si dentro de un estanque de agua estuviera, con el
pensamiento que no me dejaba descansar; repitiendo siempre: quiero Templo,
quiero Templo”
Rosarito hablaba con la Divina Infantita
con mucha sencillez y confianza:
“Tú que eres la Dueña y Señora del Universo,
porque eres Madre de Dios; Tú que posees todo lo que El creó, porque lo hizo
principalmente para Ti, ¿no has de obsequiarme esos palmos de terreno, ese
rinconcito de tu mundo? ¿no me facilitarás todos los elementos que yo necesito
para construirte esa casita lujosa en donde te podamos venerar y honrar mejor?”
Rosarito tendrá que valerse de todo su ingenio para
llevar la nave del Templo a buen puerto. Aceptó el reto porque, tratándose de
algo en lo que estuviera de por medio su amor a la Divina Infantita,
no había obstáculo que la detuviera: “…yo
con una fe de fiera creí poder abarcar todo , tratándose de mi tesoro que es la Divina Infantita”
Solicitó ayuda de personas que tenían una muy buena
condición económica y poder para ayudarla en los trámites de la compra del
terreno. Por su parte consiguió inicialmente novecientos pesos, “yendo de casa en casa, a pie, en fuerza de
sol y lluvias”
Muchos sufrimientos le costó la aprobación de las
autoridades eclesiásticas, para iniciar la construcción del Templo.
El
día 15 de enero de 1900 se puso la primera piedra en una brillante ceremonia
presidida por el Ilmo. Sr. Arzobispo.
Con lluvia o con viento, con frío o con sol, continuaba pidiendo de
puerta en puerta hasta el agotamiento físico. Quienes le admiraron su humildad,
constancia y amor a la
Divina Infantita le llamaban cariñosamente: La pordiosera de la Divina Infantita.
De esta manera
continuó Rosarito la construcción del Templo de la Divina Infantita.
A pesar de la generosidad de los fieles devotos de la Divina Infantita,
las colectas semanales no siempre alcanzaban la cima del presupuesto prefijado;
y esto la ponía en serios aprietos económicos, pero su gran fe y confianza le
hacían decir:
“Mira Niña mía, mándame el urgente socorro
que necesito para salir de este grave compromiso, de lo contrario la obra se
suspende; Madre mía, yo no quiero que tal cosa suceda. Compadécete de mi, oh Reina
de misericordia”.
El día 29 de agosto, D. Emeterio
Valverde, Gobernador de la Mitra,
bendijo solemnemente el Templo; y el día 30 se estrenó, trasladando a él la
imagen de la Divina
Infantita
El
30 de agosto de 1903 fue realmente un día glorioso para la M. Fundadora, pues
fue entonces cuando vio cumplida su ilusión de asegurar el culto a la Reina de su corazón,
dotándola de un Templo propio
Con el
P. Federico Salvador Ramón, funda el primer asilo para niñas y niños y; la Congregación de Religiosas “Esclavas de la Inmaculada Niña”, el 23 de febrero de 1901.
El amor más grande de su alma: Jesús Sacramentado.
Después de Jesús, su gran delirio: El amor a la Inmaculada Niña.
Su virtud característica: La humildad.
El secreto de su extraordinario atractivo: Su dulzura.
Su devoción predilecta: El Santo Rosario.
Su pensamiento favorito: “Un día sin grandes tribulaciones es un
día perdido.
Su vida toda: Un poema que cantó muy alto su amor a Dios y su obsesión, casi su divina
locura por la
Santísima Virgen en el misterio de su infancia.
Colmada de gracias y virtudes, la M. Rosarito muere en
Fama de Santidad en la Ciudad
de México, el día 10 de enero de 1925, Año Santo.
P. Federico Salvador Ramón
En Almería, España, el día 9
de marzo de 1867, a
las doce de la mañana, el nacimiento de un niño alegró el hogar del
matrimonio compuesto por D. Federico Francisco Salvador y Dª Francisca
Ramón. A los tres días lo bautizaron en la Parroquia de San
Sebastián de Almería.
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El niño,
empezó a crecer en edad, sabiduría y gracia delante de Dios y de los hombres.
El crecimiento en gracia, durante algunos años, hasta que alcanzó el uso de
razón, sería exclusivamente don de Dios, consecuencia del germen cristiano
injertado en él; después también seguirá siendo don de Dios, pero ya se
necesitará la cooperación humana; la cooperación de Federico será constante,
como fruto de un alma naturalmente buena ayudada por el esfuerzo personal,
siempre necesario, y la colaboración de sus padres y maestros, hasta el punto
de que se llegará a decir de él que no perdió nunca la gracia bautismal. Su
infancia se desarrolló en un hogar
feliz, base que propició su educación humana y cristiana, a pesar de que nació en vísperas de la Revolución política y
social, sus primeros ocho años de vida en nada afectó el espíritu cristiano de
la familia. Sus padres le enviaron a las Escuelas de D. Enríquez Cabeza y de D.
Felipe Navarro.
Concluidos los estudios primarios a los nueve años, con el
consentimiento de sus padres, se colocó en plan de interno, en casa de un
comerciante, quien le proporcionó sufrimientos de toda clase. Allí permaneció por
espacio de dos años sufriendo en silencio, pues el objeto era ayudar a su
familia, hasta que un buen día lo encontró su padre por la calle con la cara
amoratada por las bofetadas que le había propinado su tiránico patrón.
¡Alma forjada desde la primavera de su vida a
fuerza de humillaciones y dolor!
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Su padre, de inmediato le sacó y lo colocó bajo la dirección del gran
calígrafo D. Manuel Arnés a fin de prepararse para la carrera de Telégrafos. El
maestro, al darse cuenta del gran talento del nuevo discípulo aconsejó a su
padre que lo orientara hacia otra carrera más elevada.
Federico ingresó en el Instituto de Almería.
En 1879 hizo el examen de ingreso y obtuvo la nota de aprobado. Pero decidió
prepararse mejor, durante un año. Con este gesto verdaderamente inusual entre
los niños de su edad, da muestras de su adultez y una madurez humana impropias
de sus años. En 1880 nuevamente se examina y obtiene la calificación de sobresaliente. Con esta calificación
realiza la Enseñanza
Media, terminando un Bachillerato brillantísimo. Además en
cada asignatura obtenía premio, por lo que en 1881, con motivo de ayudar a la
familia, solicitó y verificó oposición a premios
pecuniarios, y el Claustro académico, a propuesta del tribunal, le concedió
el premio o pensión, la que recibió hasta el año 1883.
En el verano de 1885 se produjo en Almería una epidemia de cólera, de la
cual enfermó gravemente su madre. Federico con gran solicitud la atiende y se
contagia; éste, por su fortaleza física, se curó plenamente, pero su madre
quedó muy debilitada y muere el día 26 de enero de 1886.
El día 6 de junio, Federico finalizó el Grado de Bachiller con la nota
habitual de sobresaliente.
El Director del Instituto que era, al mismo tiempo, profesor del
Seminario, le aconsejó a su padre que acudiera al Sr. Obispo D. José Orberá
para que le diera alguna recomendación que le posibilitara a su hijo el ingreso
a la Universidad
de Valencia. Era fama en Almería que su Obispo, querido y admirado de todos por
su trato sencillo y afable, recibía en su Palacio con especial cariño a sus
diocesanos más humildes. Padre e hijo acudieron a la audiencia solicitada. El
Obispo gran discernidor de espíritus, apenas lo vio le dijo sin rodeos de
ninguna clase:
“No
te vas a ninguna parte. Te quedas aquí en el Seminario. Y si quieres fumarte un
cigarrillo, te vas a tu cuarto, te lo fumas y ¡en paz!”
Federico era un joven piadoso ciertamente, pero nunca se había planteado
la posibilidad de ser sacerdote; tanto menos cuanto que, desde hacía algún
tiempo, salía con Pepita, una joven a quien cortejaba.
Por eso, ante la propuesta del Sr. Obispo, Federico, atento a los ojos
episcopales cuando veía que miraban hacia otra parte, hacía guiños a su padre
para que abreviara la visita.
El Sr. Obispo, alargó la audiencia más de lo habitual. Poco a poco fue
captando la atención del joven, quien no dijo nada, pero lo cierto es que su
alma quedó tocada por Dios en aquella conversación.
Apenas abandonaban el Palacio episcopal, Federico le
dice a su padre: “¿Sabes que voy a ser
cura…?
Su
padre, que aunque no le disgustaba la posible vocación eclesiástica, tampoco
quería forzar la voluntad de su hijo, por lo que le responde: “No, hijo, no. ¿Porqué has de serlo si no tienes
vocación?”
El joven Federico estaba ya muy seguro de su
vocación. Al llegar a su casa le dio la noticia a su buena madre, quien rompió
a llorar de alegría. Ella no lo verá sacerdote, porque murió a los pocos meses,
pero lo dejaba bien encaminado hacia esa meta.
Ahora había que darle la noticia a
su novia Pepita. Se presentó, como de costumbre, en su casa; y, apenas lo
habían invitado a sentarse, cuando con toda sencillez y sinceridad, para que no
hubiera lugar a equívocos, dirigiéndose a ella, dijo: “Quédate con Dios; he pensado ser cura; adiós”. Y se marchó.
La
vocación sacerdotal no es algo que el hombre pueda darse o quitarse de encima
sin más. La vocación al sagrado ministerio es exigente. Federico se declaró
disponible inmediatamente. El cambio de ruta en su navegación fue casi
repentino. Escuchó el llamado con toda claridad en el Palacio episcopal de
Almería, y respondió con prontitud y con plena disponibilidad a los designios
de Dios sobre él.
Desde 1886 a 1892, cursó Federico los
estudios eclesiásticos. Durante
sus años de seminarista, cultivó con esmero el arte literario; encontró allí un
ambiente propicio para el cultivo de las letras y de las artes.
Antes de concluir los estudios
eclesiásticos, ya formó parte del Claustro académico del Seminario; hecho
verdaderamente notable que supone, por una parte, su dominio de las
Matemáticas; y, por otra, su gran capacidad intelectual, porque tenía que
simultanear los estudios de Teología sin la mas mínima concesión por parte de
sus profesores; y desempeñó ambos cometidos con pleno éxito, como lo
atestiguan las altísimas calificaciones
que obtuvo, curso tras curso.
El 20 de septiembre de 1889 fue nombrado oficialmente Catedrático de
Matemáticas, cargo que continuó desempeñando después de su ordenación
sacerdotal, hasta que se marchó a Roma en 1896.
Era
un artista de la palabra. El P. Federico “tenía fe en la fuerza apostólica de
las formas poéticas y así vinieron a fundirse en una sola sus dos grandes
vocaciones: la sacerdotal y la literaria, siendo la segunda fidelísimo y eficaz
instrumento de la primera”.
Sus
años de seminarista se caracterizaron por una vida de profunda piedad, centrada
especialmente en la
Eucaristía y en la devoción a María Inmaculada; la
mortificación, la guarda de los sentidos, y las prácticas ascéticas
tradicionales, estuvieron muy presentes
en esta etapa de su vida. Federico gozaba
de gran consideración entre sus compañeros de seminario, no sólo por su
aguda inteligencia, sino, sobre todo, hasta por su fama de santidad, que se irá
incrementando con el tiempo.
Esta
vida de piedad tuvo momentos de especial intensidad a medida que se iba
acercando la meta soñada del sacerdocio.
Llegó el gran día de su ordenación sacerdotal, el 20 de diciembre de 1890, en la Iglesia de Santo Domingo,
en la misma ciudad de Almería.
El
día 29 de septiembre de 1891 fue designado Capellán del Convento de la Inmaculada de
Almería y a los pocos días, el P. Federico
tomó posesión del mismo.
Vivía modesta y austeramente en la habitación destinada al portero de
las monjas. Le pasaban la comida del convento; y él la compartía con frecuencia
con los pobres. Esta humilde habitación fue escenario de rigurosas penitencias
y de muy especiales favores del cielo. Simultáneamente atendía el trabajo de
Capellanía, el desempeño de las clases de Matemáticas, y profundización en los
estudios teológicos. Se presentó a examen para conseguir la Licenciatura en
Sagrada Teología en la Universidad Pontificia y Real Seminario de San
Cecilio de Granada, el día 4 de septiembre de 1894 y logró el mas rotundo
éxito: “fue aprobado con la censura de
Némine discrepante y el mismo día recibió la investidura”.
Nacido para la Esclavitud
El
Señor lo iba trabajando interiormente sirviéndose, en buena medida de la M. María de Jesús.
Es significativa esta anécdota: Un
día de la Inmaculada
en el que tenía que celebrar la
Eucaristía a última hora de la mañana, se puso a conversar
con la M. María
de Jesús, que se hallaba al otro lado del torno de la sacristía, y le manifestó
las ansias que tenía de fumar. La buena sacristana, en un arranque de valor,
inspirada quizá por el Señor, le dijo sin mayor rodeo:
“¿Y no lo dejaría Usted por la Santísima Virgen?
La Madre se refería solamente al cigarro de aquel
momento; pero el P. Federico hizo una opción radical. En un arrebato de amor a la Santísima Virgen,
le contestó a la M. María
de Jesús: “¡Por Ella todo!” Y dejó de fumar para siempre.
De este modo, con pequeños y
grandes sacrificios, con fáciles y difíciles renuncias, el Señor, por medio de
María Inmaculada, lo iba preparando paulatinamente para su anonadamiento
radical; para entregarse y perderse totalmente en el océano insondable de la
sagrada y amorosa voluntad de Dios. El día clave de su vida no tardó en llegar.
Fue el
día 28 de abril de 1895, fiesta del Buen Pastor, recibe de Dios, la gracia
carismática vocacional en la que se sintió llamado por Dios para realizar una función específica
en el Pueblo de Dios.
Esta
fue la experiencia mística que el P.
Federico tuvo en aquella fiesta del Buen Pastor. La relata él mismo en sus
apuntes biográficos:
“¿No fuiste Tú
por ventura, Señor, el que al contacto de tu suave mano de Buen Pastor, me
atrajiste hacia Ti? ¿No curaste mis heridas y corrompidas llagas y lavaste
cariñoso las múltiples miserias de mi corazón con la Sangre Preciosa que
brotaba de tu Mano divina, agujereada por el punzante clavo de mis negras
ingratitudes?
… Tú viniste a
buscarme, Pastor Santo; bajaste hasta lo ínfimo de mi pecado, y me elevaste a
lo supremo de la gracia”
Esta
gracia carismática, cambió por completo toda su trayectoria existencial. Ha conocido
lo que es él y lo que es Dios; y lo que Dios quiere de él. En esta experiencia
mística, el P. Federico, descubre “la
gloriosa servidumbre de los hijos de Dios” El Espíritu, con su luz admirable, había iluminado al P. Federico esta página
evangélica a fin de que él, después, la iluminara, a su vez, para todo Pueblo
de Dios; porque responde a una peculiar necesidad o urgencia existentes en la Iglesia o en la sociedad.
Los
modelos de esa página evangélica que Dios propuso a la humanidad de todos los
tiempos, son Jesús y María. En efecto, en el misterio de su anonadamiento; es
decir, en el misterio de su “gloriosa
servidumbre” respecto de Dios Padre, Jesús y María son los modelos que el P.
Federico, por iluminación del Espíritu,
propuso como remedio a la falsa libertad y a la falsa pretensión de
independizarse totalmente de Dios, que proponían el Racionalismo ilustrado y el
Modernismo.
Desde esa página del Evangelio releerá toda la Palabra de Dios que serán
los acontecimientos, grandes y pequeños de su historia personal. Tendrá que
vivir única y exclusivamente desde ese plan de Dios, desde esa “gloriosa servidumbre de los hijos de Dios”, y
por consiguiente, pendiente en todo, como el más humilde de los esclavos, de la
voluntad salvífica de Dios, como el remedio específico suscitado por el
Espíritu en aquella concreta coyuntura histórica, pero válida también para
todos los tiempos.
Pero,
al lado del Divino Pastor, está siempre la Divina Pastora.
María conduce siempre a Jesús: y todo su trabajo consistirá en configurar a
quienes se le entregan incondicionalmente, con la imagen que Jesús transmite de
sí mismo en todas las páginas del Evangelio.
La
acción maternal de María es una réplica de la acción salvadora de Jesús y el P.
Federico también vive esa preciosa acción maternal de María y se expresa así:
“Me parecía sentir, Pastora Divina de mi
alma, que Tú me colocabas como el pequeñuelo hijo de tus amores, en tu blando
regazo maternal (…) ¡Cuántas veces sentí que tus manos purificaban más y más mi
alma y arrancaban con ternura, de mi corazón de carne, sus menguados afectos y
sus inmundos apegos(…) y así levantándome en los brazos de tus amores, hacías
del hombre terreno, un hombre celestial”
Nadie
puede explicar, ni siquiera él mismo, lo que el P. Federico experimentó en el
fondo de su alma durante el mes de mayo. Solamente Ella, la Santísima Virgen
María, pudo saber lo que le hizo sentir, pensar y amar en el recogimiento de
aquella capillita del Convento de la Inmaculada de Almería.
El
había descubierto su vocación y su misión. Sabía que tenía que ser esclavo. Esclavo de Jesús; Esclavo de María para así llegar a ser más perfecto Esclavo de Jesús.
Desde entonces conocía ya su identidad
profunda; era siervo, esclavo, hombre anonadado, en seguimiento de Jesús y
a imitación de María la fiel Esclava del Señor; pero todavía no sabía qué hacer, ni cómo hacer. También él, como María, la Esclava del Señor, quedó
turbado.
El 13 de mayo de 1895 en la iglesia de las Madres
Concepcionistas, se puso una cadenita al cuello como signo de su condición de
Esclavo de la Inmaculada
El P. Federico, como todos los personajes bíblicos que
han sido llamados por Dios para una gran misión, al principio se resistió
porque se consideraba incapaz de semejante empresa (cfr. Ex 3,11; Jc 6,15;
Isaías 6, 5-7; Jr 1,6) El experimentó la misma inutilidad para llevar a
cumplimiento la obra del Señor:
“Pero el que acababa de salir de la
abyección del pecado, el que a la sazón era un niño de 28 años, si mal no
recuerdo, imposible que tuviera alientos para pensar que Dios quisiera valerse
de él para llevar a feliz término tan gigante empresa”
Lo que no es la Inmaculada Niña
Y sus cosas, todo me parece
insípido y desabrido.
Para Ella todo mi ser y mi
vida,
Y si un solo instante he de
dejar de ser
El mas fiel de sus esclavos
Mil veces muera.
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El P. Federico, después de identificarse plenamente
con esa Palabra de Dios, se propuso empezar a trabajar de inmediato.
“Ningún
sacrificio propio me parecía suficiente y todo esfuerzo me parecía escaso para
ponerme en condiciones de servir con voto de obediencia a los Obispos y
Párrocos, y acomodar a esta servidumbre de divinos amores el dulcísimo nombre de
Esclavo de la Inmaculada. Nada podré
yo hacer, me decía, por otra parte, a mí mismo, para realizar la Esclavitud”
Y Dios
que dirige la gran historia del mundo y la pequeña historia de cada uno de los
hombres, escribió rectamente sobre líneas torcidas.
Para
ser Esclavo de la
Inmaculada, él pensaba que necesitaba un hombre “que capitaneara la empresa”. Por eso busca de inmediato al hombre al que
someterse para hacer la voluntad de Dios. Inicialmente pensaba que su vocación
era ser Esclavo de la
Inmaculada en
alguna Orden religiosa.
El P.
Federico, después de muchos avatares en su vida, entra a la Institución: La Hermandad de los
Operarios Diocesanos. En la festividad de la Asunción de María, se
consagró Operario Diocesano.
Dios se sirvió de ellos para conducirlo lejos, muy
lejos, donde él se hallaría de nuevo consigo mismo, con su identidad profunda
de Esclavo de la
Inmaculada.
Fue
destinado a Roma, Italia, como Vicerrector del Seminario Español en el año
1897. Después de 2 años en el Colegio Español de Roma, fue destinado a México,
donde lo esperaba el Señor para clarificarle definitivamente el cauce a través
del cual tendría que discurrir su identidad profunda de Esclavo
de la Inmaculada.
El
P. Federico llega a Veracruz, acompañado de otros tres Sacerdotes Operarios, el
día 24 de Diciembre de 1898 y el día 25
salieron para México a donde llegaron a las 7 de la tarde.
De
inmediato se dio a la tarea de entrevistarse con las autoridades eclesiásticas.
Trabajó también en que les fuera concedido atender el Templo Expiatorio
de San Felipe de Jesús. El domingo 9 de julio, el P. Federico y D. Vicente B.
Nadal tomaron posesión de tan espléndida Iglesia, en nombre de la Hermandad de los Operarios
Diocesanos. El culto litúrgico mejoró de inmediato la noche del 15-16 de julio,
celebraron la primera vela nocturna del Santísimo Sacramento; y el día 16, fiesta de la Santísima Virgen
del Carmen.
El
propio Fundador, Don Manuel Domingo y Sol, lo encaminó hacia las tareas de la
evangelización directa del Pueblo de Dios. “El
empleo que me da D. Manuel en México es el de Caballero andante”
A petición del Sr. Obispo de
Cuernavaca, dirigió en esta ciudad,
Ejercicios Espirituales a 20 seminaristas.
Desde finales de abril de 1899 hasta el 1 de enero de 1900, recorrió el
Estado de Guerrero, de pueblo en pueblo, como un verdadero “Caballero andante de la
Palabra de Dios”
El
P. Federico se había encontrado a sí mismo en su identidad más profunda de
Esclavo de la Inmaculada
al servicio directo de la
Palabra de Dios.
“Mi predicación debió ser semejante a un
torrente que se desborda, represada dentro de mí el ansia de predicar a los
pueblos, como apóstol, desde aquel día venturoso del Buen Pastor de 1895, hasta
este tiempo, últimos días del mes de abril de 1899, no había podido yo romper
la presa que contenía mis apostólicos deseos. Cuánto prediqué y con cuánto
fruto. Todos los sacerdotes de Chilapa, incluso el Sr. Obispo, cogidos a las
redes, no podían soportar tanto peso. Así me embriagaba Dios en el amor de las
almas. Gracias Dios mío. Movido por tales resultados sin duda el Sr. Obispo
determinó llevarme a misionar por los pueblos de su Diócesis”
El
P. Federico regresó a México para tomar posesión el día 8 de julio, de la Iglesia de San Felipe de
Jesús. En obediencia a lo dispuesto por D. Manuel, se limitó a celebrar la Eucaristía y a confesar
“algunas personas… que fueron mi primer
pequeñito rebaño, entre las que se contaba la que después fue la primera en
seguir a la santa Fundadora de la
Esclavitud”
En
los últimos días de octubre, regresa a la Misión de
Guerreo, y el día 31 de diciembre sale rumbo a México, destinado a formar parte
de la comunidad del Templo Expiatorio de
San Felipe de Jesús.
“La vida apostólica no es vida de bromitas,
así que no sé qué sería de mí el día de la Ascención, puedo asegurarle que tenía los huesos
molidos”
Se dedicó en
cuerpo y alma a las tareas pastorales : “Trabajamos
como el que estrena sus fuerzas, en la primera lucha después de haber deseado
la hora del combate”
En junio de
1900 tenían ya “ ocho horas diarias a N.
Divino Jesús Manifiesto y ocho noches de velación mensual”
Su trabajo mas absorbente era el culto litúrgico en el Templo Expiatorio
de San Felipe de Jesús aunque no era menos importante su dirección espiritual
en el confesionario. Pronto se hizo famoso en los ambientes mas espirituales de
la Capital Federal
el cura español que confesaba en San Felipe; y fueron las gentes que él dirigía
quienes empezaron a hacer correr su fama de cura santo.
En los primero días de enero, estando de visita en casa de una de las
familias más distinguidas de la
Capital, oyó
“hablar por
primera vez de la
Divina Infantita, imagen en cuyo honor debía levantarse un
templo y cuya primera piedra sería bendecida con extraordinaria solemnidad el
día 15 del mismo mes de enero por el Ilmo. Sr. Arzobispo de México”
Encuentro
con Rosarito
Rosarito estaba pasando por momentos difíciles: las obras del Templo de la Divina Infantita
estaban a punto de paralizarse por falta de recursos económicos porque las limosnas
habían disminuido de un modo alarmante.
Su confesor, el P. Antonio Paredes no aprobaba la inspiración de fundar
un asilo para la niñez abandonada. Sin embargo, Dios Nuestro Señor y la Inmaculada Niña le
insistían en la necesidad de esta obra, una y otra vez, siempre que se ponía a
la escucha de su palabra en la oración.
En situaciones así, Rosarito se desahogaba con alguna de sus grandes
amigas y devotas de la
Divina Infantita. Visitó a la Familia Escandón:
Lolita Escandón de Rubín y Lupita Escandón y Arango que la consolaron como
pudieron y le aconsejaron que consultara todos los asuntos que agobiaban su
conciencia, con el P. Federico Salvador, uno de los sacerdotes españoles
encargados del Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús, que gozaba ya de un
gran prestigio como Director espiritual. Sus propias amigas le facilitaron el
primer encuentro.
El P. Federico era conocido de la Familia Escandón,
a la que visitaba con frecuencia por asuntos del culto del Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús. El
día señalado para la visita, 11 de marzo, se presentó Rosarito en casa de las
Escandón, antes de que llegase el P. Federico. Cuando éste llegó, se la
presentaron como la propietaria de la milagrosa imagen de la Divina Infantita,
respondiendo él que ya había oído hablar, no sólo de algunos hechos portentosos
de la Imagencita
de la Virgen, sino también de las hazañas de su dueña. El P. Federico, hizo una
breve reseña de este primer encuentro:
“me habló de
su imagen y me invitó para que fuera a visitar a la Divina Infantita”
No volvieron a encontrarse hasta el día 2 de mayo que acaeció
casualmente en la calle. Rosarito por
segunda vez lo invitó a visitar la imagen de la Divina Infantita;
y él se presentó aquella misma tarde en su casa.
Él mismo relata la impresión que le produjo aquel primer encuentro:
“¡Qué pobre era aquella vivienda
que albergaba a la
Divina Infantita! Esto no obstante en la pieza que ocupaba la
graciosa imagen, se notaban algunos rasgos de la grandeza que la apóstol de la Divina Infantita
quería dar a tan excelsa Reina. Frente al altar que era sencillo, había un rico
ropero, que guardaba los preciosos trajes, con biombos bordados formaban un corredor
que daba acceso a una recámara; en este corredor estaba colocado el histórico
piano de la Pordiosera
de la Divina
Infantita.
Mientras yo de rodillas oraba
ante aquella rica imagen cargada de exvotos fabricados de perlas y diamantes, la
entonces Srta. Arrevillaga tocaba el piano. Cuando terminé mi oración y me
acerqué a la dueña de la imagen, dice ella que le dije: “Ruegue Ud. Para que
los Operarios se encarguen de la Divina Infantita”
Rosarito intuía que él era un auténtico enviado de Dios para la
pacificación de su espíritu, puesto que su Director, el P. Antonio Paredes no
comprendía los impulsos que ella recibía de lo alto.
Por primera vez se acercó al confesionario del P. Federico en la Iglesia de San Felipe. Le
expuso con absoluta sencillez la situación de su conciencia y el modo cómo era
tratada por su Director espiritual el P. Paredes; pero con gran dolor escuchó
de labios del P. Federico que no la podía aceptar como dirigida espiritual,
porque le parecía una usurpación respecto al P. Paredes.
El P. Federico se percató desde el primer momento de los quilates de
virtud y de santidad que atesoraba aquella alma, y de buena gana hubiera
aceptado su dirección; él mismo confiesa en su autobiografía: “yo deseaba y esperaba que llegaría el
tiempo, en que esta alma enamorada de la Divina Infantita
sería mía”
Hubo de pasar
casi ocho meses, para que el P. Federico aceptara a Rosarito como dirigida
espiritual. Respecto al incremento del
culto de la Divina
Infantita, colaboró con ella todo lo que pudo desde la
ceremonia del 31 de mayo celebrada en su propia casa y la Misa solemne que clausuraba la Novena de la Divina Infantita
el día 8 de septiembre de 1900, celebrada en la Parroquia de San José.
Rosarito invitó a Dn. Sebastián Bover para que cantara la Misa y al P. Federico para
que predicara el sermón. Fue precisamente entonces cuando él dijo por primera
vez:
“Que no había inconveniente en
que existiera una familia religiosa que honrara la niñez de María, cuando las
había para tantos otros misterios de la Señora”
Ocho meses
tenía que sufrir Rosarito a causa de la incomprensión de su Director espiritual
y la negativa del P. Federico a recibirla como dirigida suya, pero el Señor,
que aprieta pero no ahoga, encontró la manera de solucionar el caso. Por una
parte el Señor le inspiró a Rosarito que se presentara en el confesionario sin
darse a conocer; y, por otra parte, simultáneamente, el P. Federico que no
estaba menos atribulado ante la alternativa de aceptar o rechazar a Rosarito
como dirigida, consultó el caso con el P. Antonio Rodríguez, Superior de la Comunidad de Operarios
de San Felipe, quien le sacó de dudas con este consejo: “Si viene a Ud. la de la Divina Infantita sin darse a conocer acéptela
desde luego como su dirigida” Así
sucedió y así lo hizo.
La Corte de la Divina Infantita,
fundada por las Madres Reparadoras, entró en crisis porque un sacerdote, por
motivos que se desconocen, predicó contra la Divina Infantita.
El Sr. Leopoldo Ruiz y Flores, Abad de la Colegiata de Guadalupe, con la anuencia del Sr.
Arzobispo propuso al P. Federico que se hiciera cargo de la mencionada Corte de
la Divina Infantita,
y él aceptó con el permiso del Director Diocesano de los Operarios, Dn.
Sebastián Bover, sin cuya autorización jamás aceptaba tarea pastoral alguna.
Cuando el P. Federico se encaminaba por primera vez a desempeñar su cometido de Director de la Corte
de la Divina
Infantita, experimentó en su interior que algo nuevo empezaba
para su vida y para su ministerio:
“…mi alma
reconocía que aquel era el principio de mis luchas por la Inmaculada. Tú
quieres Reina mía que yo empiece a trabajar por Ti, en lo ínfimo me gozo en el
principio y te pido que no me niegues tu bendición”.
Para Rosarito, su única
preocupación en los últimos veinte años, había sido la propagación de la
devoción y culto a la
Divina Infantita. Cuando ya el Templo estaba en construcción,
la Divina Infantita
empezó a despertar en Rosarito una preocupación por la niñez abandonada; es
decir, después de que ella se había consagrado en cuerpo y alma a
proporcionarle una Casa a la Niña
desvalida, ésta le hizo comprender que su amor por Ella no debía terminar en el
culto a su imagencita, sino en la preocupación por quienes son su verdadera
imagen: las niñas y niños desvalidos, marginados y abandonados.
Rosarito, en su continuo peregrinar por las calles en busca de limosnas
para la construcción del Templo de la Divina Infantita,
había visto a muchas niñas y niños abandonados, a causa de la orfandad o de la
pobreza de sus padres. Un buen día el Señor le abrió los ojos del alma hacia la
infancia abandonada. Contempló a la vera misma de su puerta el espectáculo
lacerante de unas niñas medio dormidas de inanición.
Comenzó a percatarse de que el mejor modo de honrar a María en su
Infancia, sería mostrar un amor efectivo hacia la niñez desvalida. La atención
y el cuidado espiritual y material de quienes eran la imagen viviente de su
Reinita, suscitó en ella el firme deseo de dar cobijo a las niñas y niños
abandonados.
Rosarito consultó y se sometió al consentimiento de todas las
autoridades eclesiásticas.
En unas cuantas líneas resume el P. Federico las dificultades que tánto
él como Rosarito tuvieron que pasar para llegar al momento de sembrar juntos
aquel insignificante grano de mostaza evangélica del primer Asilo de la Divina Infantita:
“ Después de las consultas
e indecisiones propias del que deseando hacer maravillas apenas puede decir que
quiere hacer lo mas pequeño...el día 15 de noviembre de este año 1900 recibimos
en aquella pobrísima casa del número7 de la calle Verde, la primera niña del incipiente asilo de la Divina Infantita”.
Entre las
muchas dirigidas que tenía el P. Federico Salvador había dos que sentían una
llamada interior a consagrarse al servicio de la niñez abandonada.
El 27 de
noviembre del año 1900 “recibió Rosarito, la escogida para Madre de la Esclavitud, a la
primera joven que había de ser la primera hija de tan santa Madre”
Antes del
15 de enero llegaron otras tres. Con estas cuatro aspirantes ya se podían
hacer planes para la fundación de la Congregación de
las Esclavas de la
Divina Infantita.
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El P. Federico, como Fundador,
pidió todos los permisos a sus Superiores de los Operarios Diocesanos y
obtuvo el asentimiento de ellos.
La ceremonia tuvo lugar en la casa de Rosarito y fue muy sencilla.
Estaba en pleno la presencia de la
Comunidad de los Operarios Diocesanos que regentaban el
Templo Expiatorio de San Felipe de Jesús. Como testigos de la siembra de aquel
grano de mostaza en el surco de la
Iglesia.
Se
levantó Acta de todo lo que aconteció en la habitación-Capilla que albergaba la
imagen de la Divina
Infantita.
La
Congregación de Religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña
recibe la aprobación Pontifica y el Decreto de Alabanza otorgada por S.S. el
Papa Juan XXIII, el día 1 de mayo de 1963.
Actualmente las Religiosas Esclavas de la Inmaculada Niña,
continúan la
Misión Evangelizadora de Cristo en la Iglesia, según el Carisma
que recibieron de Dios, el P. Federico Salvador Ramón y la M. RosarioArrevillaga
Escalada, impulsando la promoción humana y la formación integral, moral y
cristiana en Centros de Enseñanza y lugares de Misión en diferentes paises:
México.
Argentina.
Brasil.
Estados Unidos de Norteamérica.
Italia.
España.
Marruecos.
Nicaragua.
Costa Rica.
Bibliografía:
(Historia de
de las Esclavas de la
Inmaculada Niña Divina
-Infantita- P. Jesús Alvarez Gómez CMF)
Constituciones:
Esclavas de la
Inmaculada Niña