lunes, 20 de febrero de 2012

Del  origen de la devoción a  la Divina Infantita

           En el convento de la Inmaculada Concepción de San José de Gracia de la ciudad de México, hubo una religiosa llamada Magdalena de San José, quien  nació en la misma ciudad de México el día 22 de julio de 1790.
          La Madre Magdalenita, como la conocían no sólo en el convento, sino en toda la ciudad, ejerció toda su vida el oficio de campanera  en su comunidad;
 sobresalió por su humildad por su amor al prójimo y por una entrañable devoción a la Santísima Virgen María.
        Fue escogida por Dios para ser la iniciadora de la devoción a la Divina Infantita en México.
         El día 6 de enero de 1840, festividad de los Santos Reyes Magos, mientras la comunidad estaba en oración y adoraba al Niño Jesús, la Madre Magdalenita sintió por inspiración divina el deseo de que María Santísima fuera venerada en su Infancia, cuyo deseo aumentó por un sueño que tuvo dos veces. Soñó a la Santísima Niña, que llamándola por su nombre la exhortaba a que promoviera esta devoción diciendo:
“Quiero que se me de culto en mi Infancia,
concederé cuanto se me pida en esta advocación”
         La M. Magdalenita llena de alegría,  manifestó todo a la M. Abadesa,  y le pidió que mandara esculpir una imagen de María Niña para darle culto. Necesitó esperar tiempo para que la M. Abadesa accediera a esta petición, pues necesitaba estar segura que esto fuera voluntad de Dios y además el precio de la escultura le parecía costoso.
             Un buen día en que la M. Magdalenita  se puso a ordenar la habitación en la que se guardaban cosas sin uso, vio la imagen de un
ángel, de unos 40 centímetros de largo y de inmediato descubrió en él, el rostro de la Virgen que se le había presentado  en sus sueños y pensó, que transformándolo un poco, podría convertirse fácilmente en la Virgen Niña.
            Entusiasmada con su hallazgo, le propuso su idea a la Madre Abadesa, quien después de muchos ruegos, accedió a llamar un escultor. El escultor remodeló el ángel hasta convertirlo  en la  Virgen Niña.
            La  M. Magdalenita, llena de amor a la Madre de Jesús, y con inmensa alegría comenzó a dar a conocer la devoción a la Inmaculada Niña, con el nombre de  “Divina Infantita”.
          Sin embargo no todos los fieles y sobre todo algunos eclesiásticos de la Capital Federal vieron con buenos ojos esa nueva advocación de María; la oposición fue tal, que el Sr. Arzobispo de la ciudad de México, se vio obligado a suspender momentáneamente el culto, prohibiendo la veneración de la Santísima Virgen con la denominación de Divina Infantita.

          La M. Magdalenita; no se inmutó ella estaba bien segura de que su inspiración había venido del cielo; recurrió a la Santa Sede; el Papa Gregorio XVI le dio la razón a la humilde religiosa mexicana; aprobó el culto a la Divina Infantita, y lo enriqueció con indulgencias. De 1845 – 1846 aparecen los novenarios, triduos, días ocho y otras oraciones.
        Poco antes de morir, la M. Magdalenita había encargado a otra religiosa de su mismo convento, la M. Guadalupe, que continuara propagando la devoción y culto a la Divina Infantita.
       A pesar de los esfuerzos que  M. Guadalupe, hacía,  para cumplir su promesa,  después de la muerte de la M. Magdalenita, el culto de la Divina Infantita decayó hasta hundirse prácticamente en el olvido a pesar de que se había hecho bastante popular en México a causa de algunos favores verdaderamente extraordinarios conseguidos por su mediación.
       M. Guadalupe tuvo una feliz idea para fomentar el culto: mandó esculpir una imagen más pequeña para que sirviera para las visitas domiciliarias, especialmente para que fuese llevada a los enfermos. El escultor hizo la imagen, pero a M. Guadalupe no le pareció suficientemente bella como para enviarla de casa en casa a fin de ser venerada por las familias; y decidió esconderla en el armario donde ella guardaba su ropa.
           Mientras esta imagencita yacía olvidada en ese armario, el Señor iba  modelando el corazón y los ojos de una mujer destinada a llenar de amor y de arrullos a aquella Virgen Niña que había sido menospreciada por fea, pero que estaba predestinada para imantar los corazones y las miradas de muchos fieles esparcidos por los cuatro ángulos del mundo, que la querrían más que a la niña de sus propios ojos y la arrullarían al compás de los latidos de su corazón. Esta mujer fue precisamente Rosarito Arrevillaga.
Imagen de la Inmaculada Niña venerada en el Convento de San José de Gracia 

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