jueves, 27 de septiembre de 2012

MEDITACION Nº 10 NUESTRO MAS PERFECTO MODELO LA EUCARISTíA




Preludio 1º.- Como en la meditación primera.
Preludio 2º.- Represéntate a Cristo Ntro. Señor en la noche de la Cena, radiante su rostro de amor unas veces, y otras con vivísima expresión de fortaleza, por la que dispone no sólo a ser sacrificado en la Cruz al día siguiente, sino también quiere darse nueva vida para ser sacrificado hasta la consumación de los siglos.
Preludio 3º.- Pedir al Señor este espíritu de sacrificio.

Punto 1º.- Me dices también en la misma carta: –“Me pareció ver en la meditación, que la flor de la Encarnación es el Sacramento de la Eucaristía”. Muy bien visto hija mía, muy bien visto.
La Eucaristía es la flor de la Encarnación, porque así como la flor coro­na el tallo que la engendra, nutre y sustenta, así la Eucaristía corona la En­carnación que la engendra, nutre y sustenta. La Eucaristía es de un modo espe­cial, el Cuerpo y la Sangre de Cristo, fruto preciosísimo de la Encarnación. Y si como dicen algunos teólogos, en la Eucaristía adoramos la misma sangre dada por María y la misma carne formada por Ella y de Ella, de qué modo más directo podremos afirmar que la Eucaristía es la flor, esto es, como la última perfec­ción de la Encarnación.
Punto 2º.- Y si por lo que a nosotros toca, la Eucaristía es flor de la Encarnación en cuanto Jesús es modelo más consumado de la Esclavitud en su vi­da Eucarística que en la de hombre, también es verdad. Porque en primer lugar es común entre todos los santos y doctores, que Jesús en el Sacramento se anonada más que como hombre; aquí oculta sólo su divinidad, allí también su humani­dad; como hombre es algo, pero como Eucaristía es accidente, casi nada, es a lo sumo de los ojos de la carne, cosa. ¿Cómo anonadarse más?.
Punto 3º.- ¿Y qué diremos en cuanto a su obediencia? Allí sí que se veri­fica que Dios mismo se sujeta a la voz de Dios, y se sujeta para ser sacrificado con el cuchillo de las divinas palabras de la Consagración.
Obedece siempre hasta la consumación de los siglos, en todo instante, porque a toda hora se está celebrando el Santo Sacrificio y se está dando la Sagrada Comunión. - Obedece en todo lugar porque en toda la redondez de la tie­rra, se sacrifica el Cordero sin mancilla, la limpísima oblación agradable al Eterno Padre. - Obedece a todos, justos y pecadores; de todos se deja llevar y traer, y todos lo pueden tratar con decoro o sin él. - A la voz de todos los sacerdotes se verifica la Transustanciación; esto es el milagro de los mila­gros, la maravilla de Dios por excelencia. - Y a los hombres buenos y malos, ya lo traten con buenos o malos modos, con justicia o con injusticia, a todos obedece sin la menor réplica.
Afectos.- Admirada está mi alma, Jesús mío, ¿qué más has podido hacer pa­ra determinarme a ser Esclavo? - ¡Señor, que yo aprenda a anonadarme! - ¡Señor, que yo aprenda a obedecer!. -
Propósito.- Ser esclavo de todos, siempre y en todo lugar.
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MEDITACION Nº 396
Viernes 20 de Abril de 1906. a.m.
NUESTRO MAS PERFECTO MODELO,
LA EUCARISTIA

Dios Ntro. Señor nos ama tanto, que ese amor le hacía desear con ansia la noche de la Cena, para que llegara el momento precioso en que había de darnos la mayor prueba de finura quedándose con nosotros para siempre en el Santísimo Sacramento del Altar; y fíjense ¡en qué circunstancias nos daba esa demostración de su ternura! cuando estaba ya para morir por salvarnos.
¡Qué finura tan grande la de Dios Ntro. Señor, y qué poco nos cuidamos de corresponderle siendo finas con El y desviviéndonos verdaderamente por servir­lo!. Cuando en el mundo encontramos una persona que tenga alguna fineza para nosotros, ¡cuánto se lo agradecemos! - ¡cómo procuramos tratarla del modo más fino que podemos para demostrarle nuestro agradecimiento! y sin embargo para Dios no tenemos finura ni nos importa servirlo de tal o cual manera, sin siquiera fijarnos en lo que hacemos y en el modo de hacerlo. Pues bueno, con to­do y eso es tanta su misericordia, que todo lo perdona, se olvida de nuestras faltas, de nuestras imperfecciones, no piensa en nuestra indiferencia para con El, ni en las muchas ingratitudes con que pagamos sus beneficios; todo lo con­trario, siempre está dispuesto a venir con nosotros y a obedecer al sacerdote que lo manda, sin fijarse si es digno o no lo es si tiene su conciencia manchada o limpia, si es justo o pecador; nada lo detiene, y por indigno que sea el que lo toma en sus manos, El se deja llevar y sin hacer ni el movimiento más insignificante de contrariedad, va al corazón de quien lo solicita aún cuando aquel corazón sea duro, frío o indiferente. En el Sagrario también permanece inmóvil esperando allí a que vayamos a visitarlo, haciéndole compañía cuando buenamente tengamos ganas; y cuando nos acercamos está callado, no nos dice una palabra de reproche porque nos olvidamos de El y no le tenemos el debido respeto. Jamás habrán oído Vds. conciliábulos dentro del Sagrario que demues­tren la contrariedad de Dios Ntro. Señor por el abandono en que lo tenemos, y por la falta de amor de nuestras almas. Sufre mucho por todas y sabe sufrir callando, sin cansarse de esperar, y dispuesto a derramar a toda hora sus gracias y misericordias sobre los corazones que van a buscarlo.
¡Y ese es el Modelo que nosotros tenemos que copiar! Vds. calculen si po­drán llegar a imitarlo. ¡Qué capaz! nosotros somos de tal manera soberbias, y estamos tan pagadas, tan engreídas, y tan satisfechas de que valemos mucho, que no podemos soportar que nos desprecien, que no nos respeten y nos obedez­can inmediatamente; quisiéramos que todo el mundo se rindiera a nosotros, que nos tratara con las mayores consideraciones, y cuando alguno comete una ligera falta, no somos capaces de tenerle misericordia. De manera que si nosotros tu­viéramos poder para castigar como lo tiene Dios Ntro. Señor, aún cuando fuera por un poco de tiempo nada más, con sólo que nos concediera dos horas de reinado como las tuvo el limpia chimeneas, en esa piecesita que todas Vds. conocen, les aseguro que trataríamos sin piedad a todo el que nos hubiera hecho alguna cosa por pequeña que fuera.
Sí hijas mías, porque Dios es todo misericordia, se compadece de nuestras miserias, y perdona las faltas que cometemos en cada caída, pero nosotros no somos tan generosas; por eso tratamos con dureza a los demás y no conocemos la misericordia. De ahí viene que Vds.  quieran un castigo por cada falta de una niña aunque esa falta no valga la pena; ¿ya se volteó? pues a apuntarla para que se le castigue; ¿ya hizo un movimiento? otro apunte; ¿ya le hablé dos veces y no obedeció al punto? a castigarla sin remedio; ¿ya puso mala cara? otro castigo. - ¡Qué tristeza! bien se conoce que esas pobres niñas no son hi­jas de Vds. que si lo fueran, las tratarían de muy distinto modo; siento pena al pensar en que esas criaturas se consideran huérfanas, y que todas Vds. es­tén llenas de dureza para ellas porque no es así como deberían tratarlas, sino con mucha dulzura y caridad, para que se supiera que en los Asilos de la Divi­na Infantita cada esclava era una madre para las pobrecitas que se abrigaran en ellos. Eso es lo que yo quiero encontrar en los corazones que se formen pa­ra la Divina Niña; no me gusta la dureza, no tolero que a las niñas las traten a jalones, ni que las empujen, ni que estén inventando penitencias para casti­gar una cosa que no vale la pena, como por ejemplo el que la niña se movió, volteó la cara, no tuvo la debida atención, se rascó, comió de prisa, se amarró un zapato, no hijas mías, si cada acto de esos lo creen Vds. digno de castigo, es porque no saben todavía ser misericordiosas con las almas; porque no quieren pasarles nada, porque no procuran perder su modo propio y sujetarse al modo de sus superiores que es el que quiere darles Dios Ntro. Señor; porque no les quepa duda que el espíritu que nosotros tratamos de inculcarles a Vds. es puramente de Dios. Por eso me hizo ver El en el retiro del último día, que yo no tenía cabeza, como para decirme que cuanto yo dispusiera no lo ordenaba con el cerebro mío puesto que no lo tenía, sino que todo era dispuesto por Dios; y esto me lo hizo ver después de haberme dado en otro retiro, el conocimiento de ese como faro que yo vi que tenía puesto por Dios Ntro. Señor, para poder penetrar con esa luz suya dentro de las almas, y conocer a todas Vds. interiormen­te; de manera que iluminada por Dios es del único modo que puedo dirigir a Vds. y hacerle ver a cada una lo que tiene que corregir para llegar a adquirir la santidad de su alma.
Con que si desean verdaderamente llegar a ser esclavas, tienen que prescindir por completo de sí mismas, que perder su modo propio, que no amarse de la manera que se aman; porque ese amor tan grande que se tienen es el que les ha­ce estar pensando siempre: que han cumplido, que han quedado bien en todo, que con razón gozan del privilegio de ser consentidas del superior; el amor propio y no otra cosa es lo que les hace ver que son las predilectas, las más queri­das, las mejor tratadas; cuando eso no es así, pero si lo fuera, lejos de cau­sarles satisfacción debería darles pena porque pensarían: –“¿soy la menos corregida? ¿me tratan con más consideración que a las otras? no es porque me pre­fieran, ni porque mis méritos sean mayores, sino al contrario, tal vez me conocen que soy demasiado débil, que no estoy capaz por ahora de sufrir un despre­cio, y por eso me tratan como a una señorita”. Convénzanse hijas mías que es la verdad; si el superior no aprieta todo lo necesario, es porque conoce la falta de fortaleza de Vds. y conforme las ve más fuertes más las corrige y las desprecia para llevarlas a la santidad, de la cual están muy lejos mientras no se vean humilladas, tratadas mal, y bien despreciadas, porque no hay más camino que ese para alcanzarla. Si pretenden ser santas yendo por un camino de chiqueos, de consentimiento y de predilecciones, están muy equivocadas, porque nunca llegarán a serlo de esa manera; sólo a fuerza de palo y sacrificio es como se forja una alma que quiere ser perfecta.
No olviden que ese es el camino que hay que seguir, y mientras no se vean abatidas, despreciadas, colmadas de humillaciones, aseguren que están enteramente separadas del camino que lleva a Dios. De tal manera han de anonadarse y sujetarse a lo que Ntro. Señor quiere de Vds. que no han de tener más volun­tad que la de los superiores, ni más deseo que cumplir sus mandatos tal como los prescriben, al pie de la letra; así es que deben procurar ser sumamente dulces con las niñas, pero esa dulzura no ha de consistir en caricias, no ha de consistir en mieles y consentimientos que den malos resultados; sino en ser suaves para tratarlas, figurándose continuamente que son las madres de ellas y que Dios se las ha dado por hijas, para que con toda ternura las lleven a El.
Las Esclavas tendrán que ser como las espigas del trigo; tiernas y delicadas como son esas espigas que se extienden en campos grandísimos y que dan esos granos que después de bien molidos y triturados, sirven para hacer el pan de la Sagrada Eucaristía. Me acuerdo que en otra ocasión les expliqué ya cómo se sembraba y cultivaba ese trigo, cuando lo supe por una persona que entendía bien cómo se hacía todo eso, y cómo se preparaba el terreno para sembrarlo; por eso ahora ya no les digo, porque ni sería fácil que yo lo recordara; solamente quiero decirles que ese trigo lo colocan entre dos piedras grandes y allí resiste que lo trituren para quedar bien machacado, al grado de sacar de él una harina finísima que es la que se necesita para hacer las Hostias. Después aquella harina bien batida, se pone en un molde que ha estado en el fuego.
Con que ya ven hijas mías que si las esclavas hemos de ser como ese trigo, puesto que Dios Ntro. Señor eso nos pide y así me lo ha hecho ver en la oración, ¡cuánto tendremos que luchar y que vencernos para llegar a soportar que nos trituren, que nos despedacen, que nos hagan polvo como se hace el trigo! por eso empiecen por dejarse sembrar en su corazón esa semilla, y regarla todos los días con la doctrina que encierra la palabra de Dios Ntro. Señor, y de esa manera seremos en las manos de los Esclavos que son los que han de formar a las esclavas dándoles el espíritu que ellos hayan tomado de Nuestro Padre, co­mo el trigo que se convierte en pan, para poder convertirnos lo mismo nosotros, y poder vivir con Dios Ntro. Señor en el Sagrario; como quien dice, Sacramentadas con El, sin apartarnos un minuto de su presencia, llevando una vida contemplativa y al mismo tiempo llena de actividad, puesto que hemos de abarcar to­dos los trabajos que se nos presenten.
Ahora quiero decirles otra cosa para que se posesionen bien de ella. Tenemos aquí una niña chiquitita que es Pepa, a la que todas conocen; y esa niña quería mucho a una monjita a quien también conocen, y que se llama: Almita. Nada más natural que la quisiera puesto que desde que esa niña vino aquí, esa monjita se encargó de atenderla, de cuidarla, de darle sus alimentos; pero co­mo ella no quería para sí ese cariño sino que todo su afán es que me quieran a mí, me decía: –“mire V. yo voy a despreciar a Pepa, yo la castigaré cuando haya que hacerlo, no le daré nada, y entonces, cuando yo la haya despreciado V. la llama y la chiquea para que así a quien quiera sea a V. y no a mí”. Pues bueno, tal ha sido su empeño por lograr atraer para mí el cariño de la mucha­chita, que lo ha conseguido; y hay que advertir que esa niña no me quería, huía de mí, y no me tenía sino miedo. Ya saben cuáles han sido los medios de que se ha valido para lograrlo: ella me trae la leche ya compuesta nada más para que yo se la dé; cuando la chiquita le hace un halago, le pone cara seria, la desprecia, la trata mal, le enseña un zapato, y hace que conmigo busque el consuelo; de manera que todos los trabajos son suyos porque la limpia, la vis­te, la arregla, la cura, la corrige, todo le hace, y la recompensa que para ella busca es el desprecio de la niña con tal que a mí me busque y me quiera. Esa es una lección que me ha dado mucho en que pensar, no vayan a creer; y cuando vi que ella logró lo que quería que era llevar a mí todo el cariño de esa niña, teniendo ella todos los trabajos, pensé: –“¡Qué pena! ¿será posible que Almita haya conseguido lo que deseaba, y yo que quiero trabajar con mucho gusto  y sacrificarme formando a Vds. para llevarlas a Dios, no lo pueda conseguir?”. Pues así me pasa hijas mías, no logro que Vds. busquen a Dios como yo quisiera; ven que muchas veces las desprecio de intento, las trato duro, para ver si así consigo que vayan a refugiarse con el único que podrá consolarlas y que sabe pagar con toda finura los desprecios y las humillaciones que se sufren por El, pero hasta ahora no me siento feliz, no le dan el lleno a mi corazón porque no saben amar.
Aprovechen esta lección que les he contado, para llevar a todas las niñas a Dios, para enseñarles a sacrificarse por su amor, a ser humildes, a sufrir contentas, a obedecer y respetar a sus superiores; pero no quieran darse a respetar a fuerza de dureza y sin soltar la alpargata de la mano, porque no lograrán nunca otra cosa que inspirarles temor y repulsión para con Vds. Obedezcan ciegamente, sean muy dóciles de juicio, tengan una voluntad completamente rendida, y así podrán decir que sacan fruto de las meditaciones. El fruto de hoy ya saben cuál ha de ser: pensar constantemente en Jesús en la Eucaristía; recordar con cuánto amor y con cuántas ansias esperó el momento de instituir ese Sacramento para poder quedarse entre nosotros; considerar la sumisión tan com­pleta de todo un Dios en el Sagrario, y cómo se deja hacer todo lo que los hombres quieren; si lo sacan no se resiste; si lo tiran se queda tirado; si lo llevan se deja llevar;  allí obedece al último de los hombres, al más pequeño, al mayor pecador, y si coge cualquiera el copón aún cuando no sea sacerdote, nada le dice, sino que se deja tratar como quieran tratarlo, con respeto o sin él. Esa es la mayor perfección a que puede llegar un obediente, y puesto que Nues­tro Padre dice que el modelo más perfecto que tenemos los Esclavos, es Jesús en la Eucaristía, procuremos imitarlo anonadándonos como El, obedeciendo a quien nos mande y con la prontitud con que obedece Dios Ntro. Señor.
El día que sepamos nosotros vivir así anonadadas, ya podemos decir que hemos adquirido por fin la verdadera Esclavitud.
Postradas en la presencia de la Divina Niña, a pedirle vamos que nos enseñe cómo hemos de aprender a anonadarnos,  cómo hemos de aprender a obedecer, para que así como Ntro. Señor en el momento mismo que ya está hecho el pan y lo tiene en sus manos el sacerdote, no hace más que oírlo hablar y pronuncian­do las palabras de la Consagración, y ya está El allí obedeciendo aquella voz y convirtiendo aquel pan en su Sacratísimo Cuerpo para darse a nosotros, así todas las que de veras tengamos grandes deseos de ser esclavas, obedezcamos la voz de quien nos manda, sin pensar, sin detenernos, escuchando el mandato y ejecutándolo tan pronto como recibamos la orden de hacerlo. Eso querrá decir que estamos completamente anonadadas, olvidadas de nosotros mismas, sacramentadas con Dios en el Sagrario, dispuestas a dejarnos mandar y maltratar de todo el mundo lo mismo que El se deja, sin pronunciar una sola palabra, sin hacer un movimiento de disgusto, sin poner mala cara, sin dar una disculpa cuando se nos corrija.
Si así lo hacemos, ya podremos decir que tratamos de imitar en algo a Je­sús en la Eucaristía que es nuestro perfecto modelo, el más acabado, el que nos ha de enseñar a practicar esa obediencia, ese anonadamiento sin límites que es el que nos ha de hacer santas dándonos la verdadera Esclavitud.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor Sacramentado y a la Divina Niña para Nuestro Padre y para nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.

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