domingo, 9 de septiembre de 2012

MEDITACION Nº 4 EL AMOR A DIOS Y A LAS ALMAS QUE EXIGE NUESTRA ESCLAVITUD



Preludios.

Punto lº - Considera hija mía de dónde ha nacido este deseo de esclavizar a la propia voluntad, y entonces conocerás mejor la grandeza de la Obra que Dios ha puesto en tus débiles manos. - El amor hija de mi alma, el amor divino es la causa y el fin que determina a la Esclavitud a la más perfecta sumisión de la propia voluntad. El amor a las almas exige la sumisión a los sacerdotes que las apacientan; el amor a la santificación de los sacerdotes, hizo natural y sencilla la sumisión a los Obispos, y el amor a éstos nos hace estar siempre obedientes hasta la muerte a la soberana voluntad del Señor. -
Punto 2º.- Si son exacta medida del amor los sacrificios que se hacen por lo que se ama, cierto es que el mayor sacrificio debe ser medida del mayor amor. - Luego si de veras hacemos el sacrificio de la propia voluntad, como la Esclavitud exige, o fruto es del extraordinario amor que ya existe en el cora­zón o del que hemos de adquirir. -
Punto 3º.- Ve por qué hija de mi amor a la Esclavitud, ve por qué nunca me ha llamado la atención, cuando te he oído decir a nuestras hijas, que la Esclavitud ha de formar una nueva generación de santos, más santos que todos los santos. - Tú lo has dicho con ese instinto especialísimo que te caracteriza para penetrar las cosas divinas; yo espero que así sea, porque así debe ser.
Afectos.- Señor, que has querido en todo tiempo probar el verdadero amor con la verdadera obediencia, haz que la obediencia a los que legítimamente te representan en tu Iglesia, sea siempre el norte de mi rumbo, y el áncora de mi salvación. -
Propósito.- Jesús mío, hazme obediente. -

MEDITACION Nº 390
Sábado 31 de Marzo de 1906. a.m.
EL AMOR A DIOS Y A LAS ALMAS
QUE EXIGE NUESTRA ESCLAVITUD

Así como un reloj que nada más tuviera la carátula, las manecitas, y una caja muy hermosa, no serviría de nada si interiormente no tuviera una máquina que hiciera mover esas manecitas, y que anduviera con toda regularidad para marcar las horas con exactitud, lo mismo le sucedería a una alma que queriendo caminar a la santidad no tuviera de ella más que la forma exterior y en su co­razón no existiera el amor que es el que da ese deseo de sacrificio y de vencimiento, que es lo que forma los santos.
Ayer pensaba yo que realmente se necesita mucha paciencia para llegar a santificarse, y todavía más para santificar a las almas, ¿saben por qué? por­que el hombre por naturaleza es voluble, es inconstante, no siempre tiene ga­nas de hacer lo mismo. ¡Cuántas veces nos ha pasado, ver a una persona muy da­da a Dios, que reza, que se confiesa y comulga, que no habla más que de cosas santas, y sin embargo al verla tan entusiasmada hoy, sin querer nos viene este pensamiento: –“¡Lástima que ahora esté tan bien dispuesta, y tal vez mañana se resfríe y vuelva a abandonar todo lo que ahora practica con tanto gusto!”.  ¿No es cierto que así lo han pensado Vds. alguna vez? por eso ven que a nosotros, Dios Ntro. Señor compadecido de nuestra debilidad, (porque todos somos iguales, si nos dejara un momento, no tendríamos fortaleza para perseverar por mucha gana que tuviéramos), nos ha puesto en el camino que hemos emprendido de la Esclavitud, algo que nos llame la atención, que nos robe el amor de nuestro corazón para sacrificarnos por ese amor, puesto que no hay mayor encanto que sacrificarse uno por el objeto amado, y demostrarle de esa manera cuánto se le ama. ¿Y saben cuál es ese algo? La Divina Niña, la Sma. Virgen pequeñita, la chiquitita encantadora, la Inmaculada desde su primer instante, que con el nombre de Divina Infantita nos ha sido dada por Dios Ntro. Señor para que la veneremos, para que nos consagremos a Ella de todo corazón, y su amor sea el que nos aliente y nos sostenga en la vida de luchas y sufrimientos que llevamos, y que nos ha de hacer santas. Sí hijas mías, dice Nuestro Padre en su meditación, que los santos en la Esclavitud han de ser muchos, generaciones enteras, y tan grandes, tan extraordinarios, que superen a todos los demás. El cielo está a nuestra disposición porque Dios lo ha hecho precisamente para los santos, pero tenemos que arrebatarlo a fuerza de actos heroicos de sacrificio ya lo saben; por eso les decía yo que hay que revestirse de paciencia para hacerse santo, porque cuestan muy caros los sacrificios; son la moneda con que hemos de com­prar la santidad, y esa moneda vale mucho, porque los vencimientos duelen, los trabajos cansan, las injurias lastiman, los golpes con que tenemos que formar­nos también son dolorosos. Yo les aseguro que hasta la madera de que se forma una estatua de santo, si pudiera sentir, lloraría y se quejaría a cada golpe que recibe con el cincel y el martillo para tomar la forma que el escultor quiere darle.
Si queremos de veras hacernos santas, le hemos de dar a la Divina Niña lo más rico que tenemos que es nuestra voluntad; esa voluntad que ha estado acos­tumbrada a darse gusto en todo, a que no se le contraríe en lo más pequeño, a ser la reina y la señora para gobernarlas a su antojo, y también a mí, porque no vayan a creer que yo me excluyo, no hijas mías, todas tenemos defectos y nunca trato yo de eximirme de la corrección, cuando las corrijo a Vds. Pues bueno, esa voluntad es la que principalmente debemos entregar bien atada, para sujetarla por completo, para obligarla a que constantemente se contraríe; de tal manera que si por ejemplo, estamos a gusto en un lugar y no queremos pararnos de allí, en el momento mismo, haciendo un vencimiento nos paremos, dicién­dole a la voluntad: –“tú bien quisieras quedarte aquí porque sientes comodi­dad ¿no es cierto? pero como yo no estoy para darte gusto por eso te contrarío”. Si por ejemplo tienen muchas ganas de ir a hacer buñuelos, supongamos, le vuelven a decir: –“¿eso te agradaría? pues voy ahorita mismo a hacer cual­quiera otra cosa menos lo que tú tengas gana”. Si es hora de trabajo y se sienten con deseos de descansar y no hacer nada, también le dicen a la voluntad: –“vamos a donde nos llama el reglamento aún cuando no tengas gana, porque yo sé que contrariándote en todo, adquiero méritos y sólo así llegaré a poseer las virtudes que me han de hacer esclava”. Si están escribiendo en máquina y las mandan por un lápiz que está en la otra pieza, y la voluntad quisiera de­cir: –“por qué no lo traes tú”, no hay que hacerle caso sino pararse de buena gana a hacerlo porque en la obediencia ciega y pronta a todo el que nos mande, está el sacrificio y ese nos hará verdaderas esclavas. Por supuesto que no es­peren nunca que esos vencimientos los han de hacer sin que les cueste trabajo, contrariedades, y luchas sobre todo, porque el demonio no duerme hijas mías, y basta que Vds. digan: –“quiero ser santa”, para que él con todo empeño conteste: –“no lo serás”, y les presente cuantas dificultades encuentre para turbarlas, para desanimarlas, para interrumpirles el paso; por eso cuídense mucho, porque está deseoso de estorbarles la santificación, y no crean que ha de venir con nobleza a desafiarlas, ni a presentarse de frente para que se defiendan de él y de sus ataques; eso no, sino que vendrá traidoramente a ver cómo las hiere, con toda alevosía, con premeditación y ventaja, por eso hay que estar alerta siempre, y no darle cabida al pensamiento más insignificante que pueda ocasionarles turbación, porque desde el momento en que Vds. lo alimenten ya están perdiéndose, y expuestas a caer en las tentaciones que con toda astucia les ha de poner.
Ayer en la oración, acordándome de todas Vds. le pedía yo a Dios que les concediera: devoción, sacrificio y alegría, eso fue lo primero que le pedí, pero luego pensé que eso no les bastaba, porque de nada sirve un exterior que parezca muy lleno de devoción si el corazón es como un volcán de pasiones que no saben vencer, y entonces pedí para cada una: amor y devoción, que les die­ra recogimiento interior y gracia para vencerse. Obediencia y sacrificio, por­que no vale el sacrificio por sí solo, lo que puede valer, unido a una perfec­ta obediencia; y pedí también: dulzura y alegría, porque pensé: –“para qué quiero ver en ellas caras alegres si no saben tratar con dulzura a los que las rodean”. La dulzura es una virtud indispensable, y en la Esclavitud no se puede prescindir de ella, porque ya saben que es la que ha de cautivar a las almas. Vi también que yo no soy todo lo dulce que debiera, porque si en lo general tengo dulzura para tratar a las personas, la pierdo cuando corrijo y eso no lo debo hacer; necesito aprender a corregir las faltas con suma dulzura, porque sólo así se suavizan las almas y se les lleva sin sentir al sacrificio.
En ese libro de la Teología Mística lo vi muy claro, en la pintura que hace de cómo debe ser un buen director espiritual, y la dulzura incomparable que debe tener para conducir a Dios a todos los que se le acerquen, pero siempre con mucha suavidad, llevándolos casi sin que se den cuenta, sin que les cueste trabajo. Ese modelo es por desgracia tan raro, que yo les aseguro que sólo en Nuestro Padre lo he encontrado. Pues bueno, ya que Dios Ntro. Señor por su bondad infinita nos ha dado a nosotros ese tesoro que no tiene precio, como es el de tener un director espiritual como Nuestro Padre, y ser sus hijas, ¿no que­rrán Vds. tomar su espíritu y procurar imitarlo? sí hijas mías, suavícense, sean muy dulces para tratar a los demás, y así verán cómo llegan a tener oración porque para lograrla se necesita tener mucha paz en el interior.
Leía yo también en esa Teología, que la cólera reside en el cuerpo y la ira en el alma; que son dos pasiones que se comprenden muy bien y siempre tienden a unirse, y que las personas irascibles son muy difíciles de llegar a te­ner oración; es casi imposible que quien tiene un carácter arrebatado y violento, logre esa oración contemplativa. Parece que quiero hablarles más alto y que me aparto de donde debiera, pero no hijas mías, puede haber entre Vds. al­gunas o alguno que sienta en su alma deseos de perfeccionarse y de subir poco a poco en el camino de la oración, y por eso les hago ver lo que se los impide. Yo quiero encontrar en Vds. almas grandes, valientes, decididas al sacrificio por el amor de la Divina Niña; dispuestas a pasar cuantas penas y trabajos les mande Dios Ntro. Señor, pero también las quiero dóciles, apacibles y llenas de dulzura; por eso cuando las veo disgustadas, que se apartan de la Comu­nión, y con toda tranquilidad la dejan, diciendo: –“ahora no comulgo porque sentí coraje y no me pude vencer”, las veo tan pequeñas y tan pichicatas que no las considero hijas de la Sma. Virgen ni que puedan ser capaces de hacer un sacrificio pequeño por Ella; a esas no las llamo yo hijas, ni parientes, ni nada mío, ni tampoco de Nuestro Padre. Cuando no quieren aprovecharse de los consejos que reciben, cuando todo lo desprecian, y se cansan de cualquier cosa, me acuerdo de las criadas que sirven por paga y que siempre ajustan al salario sus servicios diciendo: –“tanto me pagas, tanto trabajo, y una vez que he cumplido con mi obligación no tienes derecho a exigirme más”. ¿No es cierto que así sirve el que está pagado? entre Vds. tal vez haya alguna que haya servido, pregúntenle Vds. cómo hacía esos servicios y verán cómo tengo razón en lo que les he dicho. Ahora quien trabaja por puro amor, es otra cosa: ese se sacrifi­ca y se mata por demostrar que ama a quien sirve, y darle pruebas de ello. ¿Có­mo le decimos nosotros a una persona que la amamos? sufriendo por ella, ahorrándole penas, sacrificándonos por ese amor, ¿no es cierto? pues si queremos amar con locura a la Divina Niña, si Ella ha de ser la que reine en nuestros corazones, no le estemos ajustando cuentas ni regateándole sacrificios; vamos a rogarle que interceda con Dios Ntro. Señor para que le ponga máquina al re­loj de nuestro corazón, pero también es necesario que nosotros pongamos cuanto esté de nuestra parte para que camine con toda regularidad, porque si no le damos cuerda más que un día y luego lo dejamos parado, se irá entorpeciendo poco a poco hasta que llegue un día que no funcione porque el aceite que Dios Ntro. Señor le ha puesto para suavizarlo y para que todas las ruedas caminen bien, todas engranando unas con otras, se ha resecado y las ha endurecido.
Una comunidad hijas mías, también ha de caminar como un reloj; de manera que la encargada de cada oficio tiene que trabajar sin parar, porque si se atrasa ella atrasará a toda la comunidad. Si la cocinera dilata el servicio de las comidas un cuarto de hora, parece que no quiere decir nada, y sin embargo, ese cuarto de hora basta para entorpecer todo lo demás, no me lo negarán. Si la campanera descuida la campana y toca la hora veinte minutos después, también entorpecerá a toda la comunidad. Si la mandadera no se va a tiempo y dilata los mandados, sucederá lo mismo, y se interrumpirá el orden en la comunidad, porque hagan de cuenta que cada una en lo que tiene que hacer, es como un eje sobre el cual se mueven todas las demás.
Con que ya saben que todas hemos de ser un reloj, pero un reloj bien atendido que no le falte cuerda, que siempre esté limpio y arreglado para que no se atrase ni un momento, porque nos hará mucho perjuicio si lo tenemos parado o          consentimos que ande como quiera. Acuérdense siempre del versito aquel que compuso una monjita y que dice así: –            
Reloj de la Eucaristía
He puesto a mi corazón,
Porque siempre está apuntando
Para el centro del copón.
Pero es reloj especial
Que nunca miro parado,
Porque la cuerda que tiene
Se la da el objeto amado.
No se les olvide; de modo es que siempre hemos de tener nuestro corazón dirigido al Sagrario, porque dentro del copón está depositado el Dueño amoroso de nuestras almas, el objeto de nuestros amores. ¿Quién es ese Dueño amado? Jesús en el Sacramento. ¿Y para El han de ser todos nuestros sacrificios? Sí se­ñor, sólo para El, para que de esa manera le estemos demostrando constantemente que lo amamos, que no queremos otra voluntad que la suya, que vamos a matarnos por las almas en la vida que El nos pide, y como recompensa a nuestros traba­jos, nos hará gozar de las dulzuras de la contemplación, pero ya saben cómo hemos de alcanzarla: a fuerza de humildad, conociendo nuestra profunda miseria, y puesto que tenemos tanta debilidad pero al mismo tiempo tenemos lágrimas que derramar al pie del Sagrario, vamos a llorarle a Dios Ntro. Señor sin descanso, diciéndole: –“¿No te dará pena Señor el ver que no soy santa? ¿será posible que me dejes ir sin darme siquiera algo de santidad, luces para ver cada día más clara mi miseria, fortaleza para vencerme, energía para levantarme en mis caídas? yo no me apartaré de tu presencia, a toda hora me tendrás aquí, no para reconvenirte, no para ajustar cuentas contigo diciéndote que vengas, que yo lo sienta, que mi oración sea como yo quiero y a mi gusto, no Señor, no te diré eso, pero sí te importunaré sin descanso para que de la manera que Tú quieras, pasando por los trabajos que te sean gratos, tolerando las privaciones que tengas a bien mandarme, me des unión contigo, y oración que me lleve a la santidad”. Así es como han de pedirle a Dios Ntro. Señor; pero no le pidan prue­bas ni le pongan condiciones porque eso no es de almas sacrificadas, sino de corazones mezquinos que quieren ser santos, sí, pero con una santidad que no les cueste trabajo, con una santidad como ellos la quieren y no como la pide Dios.
Postradas en la presencia de la Divina Niña le vamos a rogar de todo corazón que Ella nos lleve con Ntro. Señor Sacramentado, y allí nos deje, diciéndole que somos suyas, que nos tiene encadenadas, que ha esclavizado por completo nuestra voluntad, y que las cadenas con que nos tiene atadas son de puro sacrificio y amor; que también queremos encerrarnos con El en el Sagrario para no salir de allí, no para tener solamente una vida contemplativa puesto que no es eso lo que nos pide ni lo que quiere de nosotros; pero sí para trabajar con todo celo por las almas,  unidas siempre con El, teniéndolo presente, sin apar­tarnos un momento de su amor y su presencia para que de esa manera siempre tengamos fe, confianza, dulzura y misericordia, y así caminemos seguras, aprendiendo cómo hemos de practicar el amor, como si ahora sentimos rebelde nuestro corazón para amar a los que nos aborrecen, poco a poco con la unión suya, se vaya suavizando y llegue a estar pronto a perdonar las injurias y a olvidarlas de tal manera, que no le parezca duro tener que darles una demostración de amor a nuestros enemigos porque así han de ser los corazones cuando en ellos reine la verdadera Esclavitud y el amor a la Divina Infantita.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor Sacramentado para Nuestro Padreci­to y para nosotros, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.


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