domingo, 9 de septiembre de 2012

MEDITACION Nº 3 DEL DESEO DE ESCLAVITUD



Preludios.

Punto 1º.- ¿Qué puede hacer un solo hombre?. Poco ciertamente, muy poco.­ ¿Qué haría yo solo, haciendo voto de obediencia a uno o más Prelados? - ¿Conseguiría ayudar a todos los sacerdotes de una sola Diócesis?. No fuera poco conseguir esto, y en verdad fuera bastante poco.
Punto 2º.- Hacen falta hombres, Señor, (me dije) que hagan estos votos, para que den resultados ciertamente prácticos. - Y entonces pronuncié por vez primera el nombre de: “Esclavos de la Inmaculada”, o Congregación religiosa de almas que harían voto de obediencia a los Sres. Obispos, y en ellos a los que los representen. Nada encontrarás hija mía, en que puedas agradar más a Dios que en este voto.
Punto 3º.- Una Congregación religiosa que tiene por Superiores a los que son los genuinos representantes del Divino Salvador, no puede dejar de ser salvadora.
Afectos.- Señor, tanto espíritu de sumisión me cautiva y me mueve a dese­char siempre el espíritu de insubordinación de Satanás y de todos los que militan bajo su bandera.
Propósito.- Rogar a Dios ser siempre del número de los Esclavos.
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MEDITACION Nº 389
Viernes 30 de Marzo de 1906. a.m.
DEL DESEO DE ESCLAVITUD

Ahora habla Nuestro Padre en su punto de meditación, del deseo que él sintió de hacer ese voto de obediencia a los Obispos, y ponerse desde luego a sus órdenes para trabajar en la salvación del sacerdocio; que luego pensó que un solo hombre, por mucho que hiciera, haría ciertamente bien poco aún cuando salvara a todos los sacerdotes de una Diócesis, y entonces se dijo: –“hacen fal­ta hombres que pronuncien esos votos”, y por primera vez pronunció el nombre de: “Esclavos de la Inmaculada”, es decir, pensó en una Congregación salva­dora que teniendo por Superiores a los Prelados, se pusiera incondicionalmente a su servicio para ayudarles en la salvación de las almas de todos los sacerdotes que lo necesitaran.
Vamos a estudiar ahora qué es lo que pierde al sacerdocio, y se convence­rán Vds. de lo que ya otras veces les he dicho: –“La sabiduría, la mucha ciencia en el hombre que no es humilde, lo perjudica mucho”. Y como todos los sacerdotes aún cuando no sean sabios, pero siempre tienen que estudiar determinadas ciencias, y además, en los pueblos en que regularmente viven, la gente es ignorante, de ahí viene que se consideren como los reyes de todos ellos; en el confesionario los señores curas, tienen también bajo su dominio a las familias que están a su cargo, son como los papás de todas, y por eso demuestran esa superioridad, por eso se imponen, (no diré que todos los curas ni en todos los casos, pero sí desgraciadamente la mayor parte). Hagan de cuenta que todos ellos, curas y vicarios, pertenecientes a una Diócesis, forman como una Congre­gación en donde el superior de ella es el Obispo, y necesitaría ese superior tener quien se ocupara de vigilar atentamente esa comunidad, de hacer algo di­rectamente por el bien de sus almas puesto que él personalmente, aún cuando quisiera no podría hacerlo por ser mucho a lo que tiene que atender. Es indis­pensable hijas mías, para que en toda Congregación se conserve el celo, el espíritu de orden y de trabajo, que el superior vea por las almas que tiene a su cargo ¿no es cierto? que se les proporcionen recursos espirituales como reti­ros, ejercicios, hablarles cada día como yo lo hago con Vds. para preguntarles cómo han estado, en qué disposición está su ánimo, cómo se encuentran de fuer­tes para la lucha y el trabajo, ¿no les parece?. Pues precisamente eso es lo que necesitarían los curas y vicarios, y eso no se los pueden dar los Sres. Obispos sino de esta manera: teniendo a su disposición hombres verdaderamente celosos del bien de las almas, hombres que en la humildad tengan su fortaleza, que el Obispo los considere como inferiores suyos, y que les tenga plena confianza para depositar en ellos sus penas: hombres que trabajen por amor de Dios y no por paga, que no les importe ser despreciados, y esos hombres han de ser los Esclavos. ¡Cómo! (me dirán Vds.) ¿quiere decir que después de servirlos todavía nos han de despreciar? - Precisamente hijas mías, ¿qué les parece a Vds.? No ven ahora cómo todos nos hacen la guerra? y fíjense en quiénes son los que nos persiguen; ¿los del Gobierno? No, los pobres, es de lo que menos se ocupan. Entonces, ¿quiénes son los que no nos quieren y tanto nos tiran? los Arzobispos, los Obispos, los Curas, todo el clero, las religiosas;  es decir, todos aquellos que han de utilizar nuestros trabajos y nos han de tener a su servicio. Pues así será siempre, porque ha de ser muy duro el trato que les den a los Esclavos.
Desde el momento en que Nuestro Padre pensó en ellos, quiso ser el prime­ro en hacer ese voto de nunca mandar, y así lo hizo al entrar en la Congrega­ción de los Operarios cuando pretendió encontrar allí los sacerdotes que buscaba; pero como Dios Ntro. Señor lo pensaba de otro modo, por eso permitió que no fuera allí, sino que separándose de ellos Nuestro Padre, se consagrara a for­mar a sus hijos con la misma doctrina que él había recibido de Dios, con el espíritu que El mismo le había dado, inculcándoles a todos los Esclavos y las Esclavas, las encantadoras virtudes que Dios ha sembrado en su alma y todas las cualidades que le ha concedido como un don gratuito, como todo lo que nos vie­ne de la mano de Dios Ntro. Señor. Así es que por ahora, él no debe decir todavía: “nunca mandar”, eso ya vendrá después, pero mientras tenga que formar a sus hijos, no puede ser, puesto que es fuerza que ellos vivan a su lado y obedeciéndolo siempre.
Por supuesto que a mí no me preocupa ni tantito el que alguno que llegue a leer estas meditaciones cualquier día, me murmure pensando que en ellas no he hecho sino elogiar a Ntro. Padre, y crea tal vez que el cariño que le ten­go me hace hablar así; poco me importan a mí los murmuradores; como yo estas meditaciones no las doy para ellos sino para enseñar a mis hijas y a mis hi­jos, (si es que Dios Ntro. Señor quiere concederme alguno ya sacerdote, que quiera llamarme madre, lo cual me parece muy difícil porque realmente lo es) y quiero que esas hijas y esos hijos si los llego a tener, se posesionen bien de lo que es la Esclavitud, y de las virtudes que en ella han de practicarse, por eso se las hago ver diciéndoles dónde existen, y explicándoles cómo es el alma de su Padre para la copien y tomen de ella todo lo que necesiten para ser ver­daderos Esclavos. En estas pobrecitas meditaciones les hablo a todos mis hijos puramente, a los que de veras quieran serlo de corazón, y no me cuido de los que todo lo han de censurar; yo sé que los hijos de la Esclavitud deben tener por modelo a Nuestro Padre, que Dios así lo ha querido, y que sólo imitándolo a él podrán merecer el nombre de Esclavos.
Les decía yo que me parecía imposible llegar a ver un esclavo que quisie­ra hacerse niño siendo un sacerdote ya formado; tan difícil lo considero, que lo juzgaría como un milagro de Dios si tal cosa sucediera, ¿saben por qué? porque la cabeza es lo más difícil de rendirse, porque en ella está toda la sabi­duría del hombre, y al mismo tiempo toda su soberbia, su amor a sí mismo, y necesitaría mucha fuerza de voluntad para decir: –“voy a doblarme tanto, que mi cabeza va a quedar aplastada como la de la serpiente, bajo la planta de una Ni­ña pequeñita, y como Ella me pide que me rinda a todo el mundo hasta a los más pequeños, comenzaré por humillarme rindiendo mi sabiduría delante de la mujer escogida por Dios para formarme, que es una ignorante lo comprendo”. Porque es claro hijas mías que quien tenga un poco de talento por fuerza ha de com­prender mi completa ignorancia, pero también es cierto que si Dios le permite ver claro, entenderá que El me concede las gracias que me hacen falta, y que hasta sabiduría podría darme si comprendiera que la necesitaba. ¿No les parece a Vds. que no es muy fácil que haya hombre sabios que quieran rendirse tanto? por eso dudo mucho que así lleguemos a tener esclavos que realmente lo sean, que no quieran vivir mandando ni esperar consideraciones, porque esclavos que pretendan vivir siempre respetados y llenos de honores, ¿por cierto hijas mías para qué los queremos?.
Yo bien sé que el delirio de Nuestro Padre sería verse rodeado de muchos sacerdotes que desde luego se decidieran a emprender el camino de la Esclavi­tud, porque como él tiene locura por salvar a las almas, tarde se le hace, y le parecerá que es mucho esperar, formando a los esclavos desde niños; tiene razón, pero también es cierto que esos esclavos serán seguros, y entre tanto Dios Ntro. Señor, mirando nuestros esfuerzos y nuestra paciencia, nos concede­rá algunos hombres grandes que quieran de veras humillarse y hacerse niños por amor de la Sma. Virgen Niña. Si a Nuestro Padre cuando me conoció, que tenía ya siete años de pensar en la Esclavitud, le hubieran dicho que todavía se pa­sarían cinco años para que él rompiera las dificultades, y la Obra que tanto amaba y deseaba, diera el primer paso, le habría parecido muy largo el tiempo ¿no es verdad? y ya ven Vds. como así fue, porque no era la voluntad de Dios que la Esclavitud comenzara mientras él no se convenciera de que la Divina Ni­ña había de ser la Reina y la Señora. Como el ideal suyo fue desde el primer momento la Inmaculada, cuando conoció a la Niña le pareció muy chiquita. La encontró insignificante, y decía: –“Es imposible pretender que se le dé toda una Obra tan grande a una imagencita acostada; la pararemos”, pero como Dios no lo consentía, no le daba licencia, y Nuestro Padre insistía en que fueran “Esclavos de la Inmaculada”, y decía: –“a esta Niña podremos quererla mucho, podremos tenerle gratitud, podremos concederle algo, todo eso sí, pero hacerla Reina de los Esclavos es imposible”, y la Esclavitud hijas mías no daba un paso. En el momento que él se convenció mirando claro lo que Dios quería, y el 25 de Diciembre dijo con toda firmeza: “Esclavos de la Divina Infantita”, les aseguro hijas mías que el eco de su voz llegó hasta el cielo, y desde ese momento empezó ya a nacer la Esclavitud. Por eso han visto que a poco tiempo de haberlo pronunciado y de haber dicho: “Toda la Esclavitud será para Ella”, hubo quien le diera una casa en España para que fuera el primer nido de la Es­clavitud; quien le facilitara todo lo necesario para el viaje y para que empe­zara a formar a los niños para Esclavos. Esos niños serán pequeñitos para que así podamos hacerlos al molde nuestro; estarán cerca de nosotros, es decir, al lado de las esclavas, hasta los doce o trece años cuando más, y ya es mucho ex­tenderse, yo había pensado que solamente hasta los diez años, porque el hombre desde cierta edad necesita hombres que lo formen; pero en fin, podrá ser que los eduquemos hasta los doce años y después pasarán al lado de Nuestro Padre a estudiar Latín y todo lo necesario, pero siempre cerca de él, nada de Seminarios, si es posible se les deberá poner en el mismo Asilo maestros pagados que les enseñen, y para eso contaremos con la poderosa ayuda de los Esclavos seglares; Esclavos que siguiendo el ejemplo de los primeros que Dios ha querido darnos, se quieran consagrar a su servicio entregándole todo cuanto posean; que hagan lo que han hecho los niños Luisito y Angelina, decirle a Dios Ntro. Se­ñor: –“Quiero trabajar por ti, quiero darte cuanto me pertenece y ponerme al servicio de las almas”. Entonces El les hará ver cómo deben hacerlo, como se los hizo ver a ellos cuando le decían: –“Cómo te serviremos? ¿nos proporcio­naremos niños que enseñar? ¿deberemos irnos a los hospitales? ¿te agradará que socorramos a cuantos pobres se nos presenten y vengan a pedirnos?”, y Dios les dijo cómo debían hacerlo y desde ese momento se pusieron a su servicio. Con que hijas mías, no olviden que la cabeza es la que nos pierde; que tiene que estar siempre doblada, por eso es preciso que rindamos nuestro juicio, pa­ra que esa cabeza venga a ser lo mismo que la de un niño pequeñito, que no discute, que no averigua, que no indaga el por qué de lo que se le manda. Los Es­clavos no han de ser averiguadores; por eso cuando yo sé que alguna de mis hi­jas, si tiene oración de sequedad le está discutiendo a Dios y preguntando el por qué no siente, o no viene con ella, y le averigua por qué a otra le dio tal o cual prueba de su amor y a ella no se la ha dado, yo digo: –“¡Lástima que todavía tenga cabeza, pues por eso está discurriendo tanto!”, si no la tuvie­ran irían delante de Dios con un corazón sencillo y esperarían allí llenas de humildad las gracias que El quisiera concederles sin estarle poniendo condiciones, ni pidiendo determinadas pruebas. A Dios Ntro. Señor no vayan a pedirle que las regale, porque no deben hacerlo; si El es un Crucificado, ¡cómo quieren que las esté obsequiando con otra cosa que no sea las dulzuras de la Cruz! lo que deben pedirle a toda hora, es que las enseñe a sufrir; que sepan reci­bir con alegría las tribulaciones, y que lo bendigan en medio de ellas porque vienen de su bendita mano. No tengan apego a nada, ni siquiera a las dulzuras de la oración ni crean que porque una alma está llena de lágrimas ya está go­zando y tiene deliquios amorosos con Dios Ntro. Señor; no hijas mías, ¡cuántas veces esas lágrimas serán de pena, de amargura solamente al verse tan misera­ble! y entonces sí que puede llegar a tener deliquios porque el conocimiento propio que nos humilla, es el que nos enseña a tener oración y unión con Dios.
Cuando Ntro. Señor quiere dispensar sus gracias a una alma, es cuando ella se goza en el sufrimiento y todo lo sacrifica por amor suyo, y por eso es por lo que quiero que todas Vds. aprendan a sufrir; porque la dulzura que han de tener las Esclavas la han de adquirir a fuerza de pruebas y de amarguras.  ¡Qué contraste, que la amargura pueda producir dulzura! y sin embargo así es; el que se enseña a sufrir se hace dulce no les quepa duda. Vean Vds. a una alma atribulada que esté sufriendo y que sepa vencerse y dominarse, y la verán Vds. siempre dulce y apacible, gozando una tranquilidad, como no la gozará el que nunca haya sufrido. Yo les aseguro que a mí me ha sucedido eso: estar pasando por sufrimientos terribles, y siempre contenta y feliz (porque Dios me ha ayudado con su gracia, no crean que por mérito propio) como siempre le he pedido a Ntro. Señor que me enseñe a sufrir, porque esa ha sido mi petición constante, El no me lo ha negado, y de tal manera estoy dispuesta a acatar su santa voluntad, que cuando intentaban quitarme el Templo, Vds. me vieron tran­quila, y si lo defendí fue porque ya tengo hijas, tengo en primer lugar a Nuestro Padre, Dios me lo ha dado a él y a Vds. Y era mi deber haberlo defendido; pero si yo hubiera sido sola, nada intento pueden creerlo, sino que hubie­ra dejado que hicieran lo que quisieran.
Ya han visto también hijas mías que hemos sufrido mucho, hemos pasado por penas muy fuertes, y sin embargo todas están de acuerdo en decir: –“¡qué felices somos en medio de los sufrimientos! ¡qué tranquilidad de alma se disfruta en esta casa! ¡qué paz tan grande reina siempre en ella!”, y no es más que por eso hijas mías, por la dulzura con que se aprende a sufrir, porque Dios Ntro. Señor endulza las amarguras y hace suave y agradable el sacrificio. Por eso no duden que trabajando sin descanso en busca de los Esclavos y formando sus almas desde niños, él nos facilitará hombres dóciles que se rindan también a la dulzura, y así nos abreviará el tiempo para que no sea tan largo, y nos dará esclavos.
Postradas en la presencia de la Divina Niña, con verdaderos deseos de que se forme la Esclavitud, digamos llenas de amor y de entusiasmo, como lo dijo Nuestro Padre la vez primera que sintió en su corazón la necesidad tan grande de que hubiera esos Esclavos: “Serán Esclavos de la Inmaculada”, ahora va­mos a decir nosotros: –“De la Inmaculada Niña, sí, de la Niña pequeñita que ha de reinar desde el primer instante de su ser. ¡Esclavos de la Divina Infan­tita, como él los llamó después, cuando Dios le hizo sentir en su corazón que para Ella sería toda la Esclavitud”. Eso serán todos nuestros hijos y nues­tras hijas: “Esclavos de la Virgen Niña”, formados con un espíritu lleno de sencillez como se necesita para vivir rendidos de juicio, con la cabeza enteramente doblada y puesta bajo la planta de la Divina Niña. Como en la cabeza re­side toda la soberbia del hombre, por eso los Esclavos han de vivir bien humi­llados siempre, y para saberse humillar y conseguir esa humildad tan encanta­dora que es la que hace santos a los sabios y a todos los hombres, necesitan tener mucha dulzura porque quien es dulce con facilidad se hace humilde, mien­tras que el duro jamás llegará a serlo, nunca querrá humillarse, no tolerará verse despreciado y por consiguiente no llegará a ser Esclavo.
Le pediremos a Ntro. Señor Sacramentado la bendición para Nuestro Padrecito y para nosotros, en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.


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