martes, 4 de septiembre de 2012

MEDITACION Nº 388 Jueves 29 de Marzo de 1906. a.m. DEL PRINCIPIO DE LA ESCLAVITUD




La meditación de Nuestro Padre que hemos leído hoy, nos habla de la nece­sidad que hay de salvar a los sacerdotes, del peligro en que están los Señores Curas, sobre todo los que viven en esos pueblos de gente ignorante, apartados de las Diócesis, y donde Vds. habrán oído decir que el Alcalde y el Cura se creen los soberanos de esos pueblos, se reúnen, se consideran como los Reyes, y tratan como a súbditos a todos aquellos pobres que están bajo su dominio, y que viven en la mayor ignorancia. Naturalmente los sacerdotes que obran de esa manera, van perdiendo cada día más el espíritu religioso, el celo para salvar a las almas y trabajar para instruirlas en las verdades de la Religión, y  ¡quién sabe! pero hasta puede suceder que algunas veces lleven una vida relajada, faltando a sus deberes y apartándose del camino que Dios Ntro. Señor les ha trazado. Eso hijas mías ¿qué remedio creen Vds. que pudiera tener? desgra­ciadamente ninguno. ¿Quién se atrevería a acercarse a esos sacerdotes para re­cordarles sus obligaciones y salvarlos del peligro en que se encuentran? nadie seguramente; ¿y con qué derecho podría hacerlo?. Sólo de una manera; presentándose delante de ellos el que lo hiciera, como un inferior suyo, lleno de humildad, y conquistarlos con la mayor dulzura; ganar de ese modo su voluntad toda entera para entregársela a Dios, para ofrecérsela diciéndole que la tomara to­da. Por eso Ntro. Señor, conociendo la necesidad tan grande que hay que reme­diar, y mirando todos esos males, ha querido que nazca la Esclavitud inspirán­dole a Nuestro Padre el pensamiento de formar una Congregación de Religiosos que llamándose Esclavos lo sean realmente, y que haciendo voto de obediencia a los Señores Obispos y Arzobispos, se pongan a sus órdenes para servirlos, para ganarse a los Curas presentándose delante de ellos siempre humildes, haciéndo­les ver que van en nombre de Dios para ayudarlos, para trabajar durante algún tiempo a su lado, poniéndose a su disposición, teniendo ellos libertad de mandarlos como a sus criados, y sin exigir por parte de los Curas otra recompensa que la de poder decirles: –“Lo único que yo te pido al venir cerca de ti y ponerme bajo tu dominio, es tu voluntad; quiero que me la des para que yo se la ofrezca a Dios como una prueba que quieres darle de que desde hoy vas a traba­jar con mayor celo por las almas de los pobrecitos pecadores para salvarlas; que vas a atraerlas a ti como un padre cariñoso y lleno de misericordia para llevarlas a Dios Ntro. Señor, para enseñarles el camino de la Cruz que es el único que conduce a El”. Esa ha de ser la misión de los Esclavos; ellos han de presentarse delante de su Obispo para decirle: –“Aquí me tienes, soy tu criado, considérame desde este momento como uno de tus mozos, y dame tus órde­nes que cumpliré gustoso”. ¿Y para qué van a ser los Esclavos mozos de los Obispos? ¿será para limpiarles el calzado? ¿para cepillarles la ropa y bordar­les un hábito o un vestido? no hijas mías, no es para eso, sino para trabajar en su servicio de esta manera: –“Como esclavos de todos los sacerdotes”. Y que así como antiguamente mandaba Ntro. Señor a sus profetas a anunciar lo que El había dispuesto, y también mandaba terribles castigos sobre los rebeldes que no querían oír las verdades ni escuchar la voz de Dios, así ahora, se pre­senten en los pueblos lejanos, en los lugares donde se ofende a Dios Ntro. Se­ñor, donde no se respetan sus Leyes ni se cumple con ellas, esos hombres humildes, y con su ejemplo y su palabra les hagan saber cuál es la voluntad de Dios y cómo deben cumplirla. Para eso es para lo que un Esclavo debe ofrecerse al ir a su Obispo y decirle: –“Estoy a tus órdenes; confía en mí que yo te prometo servirte fielmente; seré un esclavo tuyo, mándame donde quieras, a esos pueblos lejanos de tu Diócesis y que por razón natural están como más apartados; mándame a servir a esos Curas foráneos, y haré lo que me ordenes para serles útil y ganar muchas almas para Dios. Deposita en mí toda tu confianza, quiero servirte sin retribución ninguna, viajaré en lo peor que haya, en lo último, en lo más incómodo para no causarte molestias y hacerlo del modo más humilde; cuando no se pueda de otra manera, caminaré a pie cuanto sea necesario, y no habrá fatiga ni sacrificio que me detenga; y si después de haber trabajado crees tú que merezco salario por mi trabajo, dame un desprecio porque ese es el único salario que debe recibir un pobre esclavo”.
Sí hijas mías, es la verdad, a un esclavo le hacen trabajar, sin descanso, lo maltratan, no le guardan consideración, y después que ha trabajado no mere­ce otro salario que el más completo desprecio. Por eso la Esclavitud ha comen­zado como debía: lloviendo sobre ella desde sus principios un aguacero terri­ble de desprecios. ¿Recuerdan Vds. el aguacero aquel que hubo cuando Nuestro Padre se fue a España, tan fuerte que ya parecía que se iba a inundar México, y que todo nos cayó encima? pues no fue sino la representación del chubasco de tribulaciones que caería sobre nosotros al irse él; del aguacero de desprecios en que nos dejaba, y que también se llevaba consigo, porque ha sido para todos, lo mismo para él que para nosotros. Pero en cambio, ¡qué raudal de gracias no ha derramado Dios sobre el corazón de Nuestro Padre al haberle dado la Esclavitud y con ella unos dones hermosísimos a su alma, y enteramente gratuitos como todo lo que Dios Ntro. Señor nos concede con tanta generosidad!
Ahora vean Vds. qué bien se relaciona, este punto de meditación con el que hemos leído en el Cuaresmal y que trata del joven aquel, hijo de la viuda de Naim y resucitado por Dios Ntro. Señor. Cuando Vds. lo oyeron leer no querían seguramente que yo lo explicara, porque es claro, empezarían a pensar que iba yo a hablarles de muerte, y como no les gusta, por eso protestaban; en efecto, ¡qué mejor ocasión que esta para hablar de la muerte de nuestras pasiones, de cómo debemos morir a nosotros mismos si queremos llegar a ser verdaderos esclavos. ¿No es cierto que el que tiene que sujetarse de la manera que debe hacerlo un esclavo, para no hacer sino la voluntad de los demás, y vivir contrariándose a toda hora, necesita matar todas sus pasiones, sus gustos, sus costumbres, su modo propio? a todo tiene que darle muerte y entonces Dios Ntro. Señor mirando que ha sabido morir en vida, lo resucitará a la vida de la gracia, a todo lo espiritual, y de esa manera le dará la Esclavitud, esa Obra tan hermosa que todavía no pueden entender los hombres, que les asusta porque piensan que siempre han de vivir los Esclavos unidos a las Esclavas, es decir, cerca de ellas; y eso no ha de ser hijas mías, por más que la unión exista siempre entre ellos puesto que sus almas han de unirse en el mismo espíritu y han de vivir trabajando para el mismo fin, vivirán separados unos de otros, y des­de lejos las Esclavas serán el sostén de los Esclavos, ayudándolos, sostenién­dolos con recursos materiales, de sus trabajos, de sus limosnas que consigan, de los bienes que puedan adquirir únicamente con ese objeto, el de poder sostener a los esclavos sin abandonarlos ya que ellos trabajarán sin descanso y sin paga, buscando únicamente el bien de las almas. Las Esclavas se encargarán por decirlo así, de darles combustible a los Esclavos, de alimentarlos, pero que no se asusten los que no lo entienden, porque para eso no es preciso vivir juntos ni estar en comunicación directa. ¿Acaso es fuerza que en el depósito que alimenta la electricidad que mueve toda una máquina por ejemplo, el encar­gado de proporcionarle combustible o lo necesario para producir aquella electricidad, meta la mano? ni podría hacerlo sin exponerse ¿no les parece? pues lo mismo sucederá en la Esclavitud. ¡Qué grande será el cuidado y el respeto que se tengan los Esclavos!. Por ahora que todo comienza, es muy natural que no se haya hecho así, porque lo que empieza tiene necesidad de formarse, y cuando los padres tienen a sus hijos pequeñitos todavía, los conservan a su lado mientras crecen ¿no es cierto? yo creo que D. Porfirio Díaz cuando fue niño, se ha de haber criado al lado de su madre, en el regazo de ella; que el Señor Arzobispo también siendo pequeño, debe haber estado cerca de su madre, y a los que no la tienen porque la han perdido desde muy niños, no les ha de haber faltado una persona que se haya hecho cargo de ellos y los haya tenido en su regazo. Si eso es así y todos lo comprenden, ¿qué tiene de raro el que los Esclavos mientras sean niños estén al lado de su madre espiritual, encargada por Dios de formarles sus almas? yo no encuentro nada de particular en que así sea, y después cuando ya estén formados, cuando ya tengan en su alma inculcada la doctrina de la Esclavitud, bien impregnado el espíritu de ella, entonces que se separen para ir a luchar y a matarse por Dios salvándole almas. Yo mientras tanto siempre le formaré sus hijos y sus hijas a Nuestro Padre, enseñándoles la doctrina que él me ha enseñado, porque es toda suya hijas mías, y la prueba es que yo ni había concebido siquiera una Obra como la que él me dio a conocer, ni la hubiera entendido, y desde luego mucho menos la hubiera sabido practicar.
La Esclavitud se la dio Dios Ntro. Señor para que él la impregnara en mi alma, para que allí quedara bien grabada y con ella su espíritu, y de esa manera mientras él por un lado trabajaba y se sacrificaba por las almas, yo pudiera irle formando a sus hijos. ¡Esa es la unión encantadora de nuestras almas que nadie entiende! así es como estando lejos de él, viviendo separada, nues­tras almas sin embargo están muy unidas y mutuamente participamos de los trabajos, de los sufrimientos, y también de las gracias que Dios concede a unos y a otros. Así también será como las esclavas sin darse cuenta, y mientras estén en un lugar trabajando muy tranquilas y quitadas de la pena, estarán partici­pando de todos los frutos de salvación que obtengan los Esclavos con sus misiones, con su predicación, con sus trabajos apostólicos, porque no cabe duda que quien ayuda o favorece una obra santa, tiene parte en ella y cada paso dado por un Esclavo cuando vaya por ejemplo a misionar, se los contará Dios Ntro. Señor a él porque los da, y a la esclava que trabaja por ayudarlo y sostenerlo; por­que es una unión de puro sacrificio en la que cada uno pone su parte para la Obra de Dios y la santificación de las almas. Por eso también las esclavas tendrán parte en la conquista de ellas, en la salvación de los sacerdotes, sin tener que tratar con ellos, sin ir a predicarles, sino a fuerza de sacrificio y de oración para que los Esclavos vayan siempre llenos de fe y con una fortale­za terrible a decirles: –“vengo en nombre de Dios para deciros: que ya basta de soberanía, ya basta de oprimir a los demás y tenerlos bajo vuestro dominio; no tolera que os consideréis como los reyes de vuestro pueblo, sino como los padres cariñosos, benéficos y llenos de indulgencia para con ellos; como los pastores que deben conducir al redil a cuantas almas vivan descarriadas porque se hayan apartado de Dios”. Todo eso han de decirles los Esclavos a los Seño­res Curas, a los que no cumplan con sus deberes que deben ser sagrados, como que han sido impuestos por el mismo Dios; pero no olviden cómo deben decirlo; siempre llenos de bondad y misericordia, para atraerlos a fuerza de dulzura, para enseñarlos a que sean humildes humillándose ellos, y luego hacerse los depositarios de sus faltas para perdonarlos y exhortarlos después de haberles ins­pirado una confianza ciega para que en su corazón desahoguen todas sus penas, y luego ya reconciliados con Dios Ntro. Señor puedan sus almas resucitar como el hijo de la viuda de Naim, al escuchar la voz de Dios que le mandaba que se levantara.
Así resucitarán esos pobrecitos sacerdotes a la vida de la gracia al escuchar la voz de los Esclavos que van de parte de Dios a recordarles cómo deben servirle y anunciarles como los profetas de los tiempos antiguos porque muchas veces manda Dios al mundo, ángeles en figura de hombres para que obliguen a los demás a corregirse de sus faltas, y esos hombres quiere Ntro. Señor que sean los Esclavos, porque el salvar a las almas es su principal objeto y el fin de la Esclavitud.
Postradas en la presencia de la Divina Niña le diremos que puesto que la Esclavitud es suya y está consagrada a Ella, Ella es la que tiene que regenerar a los sacerdotes valiéndose como medios para hacerlo, de los pobrecitos Esclavos; que nos  conceda que ya nazcan al mundo, que encontremos esos hombres que llenos de amor y dotados de alma grande y corazón generoso, se ofrezcan a servirla con humildad haciéndose niños, amoldándose a la doctrina que llena de sencillez ha de impregnarles una Niña como es la Divina Infantita, para que de esa manera bañados ellos en esa doctrina de puro amor y sacrificio, va­yan en el nombre de Dios a regenerar al mundo salvando a las almas.
Le pediremos a Ntro. Señor Sacramentado la bendición para Nuestro Padrecito y para nosotros en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.

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