viernes, 21 de septiembre de 2012

MEDITACION Nº 7 DE cómo SE HA DE PRACTICAR TANTA HUMILDAD



MEDITACION Nº 7
DE cómo SE HA DE PRACTICAR TANTA HUMILDAD
Preludios.- Como en la primera meditación

Punto 1º.- Y como puede ser hija mía, que eso de obedecer tanto y de humillarse tanto, no se vea claro sin ninguna explicación, vamos a darla. En pri­mer lugar, recuerda que dentro de nuestras comunidades de Esclavos, la corrección fraterna es la que hace de juez que nos acepta o nos arroja de la comuni­dad del modo más sencillo y suave, y lleno de fortaleza a la par.
Es el modo más libre que puede haber para juzgar a un individuo, y premiarlo o condenarlo, el que se determina en el capitulo que ya hemos dicho, de nuestra Regla, y que nos priva de la carga del superiorado a todos los Esclavos y sin embargo a todos comunica cierta superioridad, en cuanto que deban vigilarse unos a otros. Así es Dios, que da siempre ciento por uno, y que si sacrificamos algo por El, se complace en devolverle con creces. El sufragio univer­sal más perfecto reinará entre nosotros. Lo que son quimeras entre los hombres, la Religión lo hace factible.
Punto 2º.- En cuanto a obedecer a nuestros Obispos o a los que los repre­senten, esta sea la norma que constantemente esté ante nuestros ojos: –“Obedeced a vuestros superiores y estadles sumisos; porque ellos velan, como que han de dar cuenta de vuestras almas, para que lo hagan con gozo y no gimiendo; pues esto no es provechoso para vosotros”. (1) Así nos lo enseña San Pedro.
Punto 3º.- Por lo que toca a obedecer a todos, seamos para esto ingeniosos y muy solícitos. –“Honrad a todos” (2) como dice S. Pedro, y como S. Pablo enseña: –“Adelantaos para honraros los unos a los otros”. (3) - ¿Y cómo guardaremos este honor y mutua deferencia, si no es como enseña el mismo Após­tol: –“No haciendo las cosas por porfía ni por vana-gloria, sino con humildad, teniendo cada uno por superiores a los otros”. (4) - Estas palabras expresan el ápice de la perfección de un Esclavo.
Afectos.- ¡Oh suprema obediencia, madre y custodio de la verdadera liber­tad de los hijos de Dios! - ¡Oh suprema obediencia! ¡Oh suma libertad, que si se alcanza, apenas deja al hombre que pueda pecar! - Hermosísimas palabras de S. Jerónimo.
Propósito.- Obedeceré como los Esclavos de la Divina Infantita. -
(1)       Hebr.   Cap. 13, v. 17.
(2)       Pet.      Cap.   2, v. 17.
(3)       Rom.   Cap. 12, v. 10.           
(4)       Philip. Cap.   2, v. 4.
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MEDITACION Nº 393
Martes 3 de Abril de 1906. a.m.
DE COMO SE HA DE PRACTICAR TANTA HUMILDAD

Para poder entender la perfecta humildad que ha de practicarse en la Es­clavitud, necesitamos estudiar cómo ha de ser esa corrección fraterna de que habla Nuestro Padre y que le fue inspirada por Dios Ntro. Señor para los Esclavos, puesto que pensando en ellos la escribió, con el objeto de que no hubiera entre los Esclavos superior ninguno sino que todos entre sí se corrigieran, considerándose cada uno por su parte, inferior a los demás, y juzgando a cada uno de los otros como un superior suyo. En cambio para las Esclavas, no lo determinó así y por eso pensó en esos cargos de Hermanas Mayores. - Les decía yo el otro día, que eso lo hizo regularmente, acordándose de lo mandarinas que somos las mujeres, de esa propensión que tenemos a gobernarlo todo y a que todos nos obedezcan; pero lo que es en eso, creo que también los hombres se nos parecen y no dejan de adolecer del mismo defecto, porque todos somos hijos de la misma madre.
Por supuesto que no crean Vds. que yo trato de porfiarle a Nuestro Padre sobre eso, ni de discutir con él, eso no, pero como sí me agradaría mucho que esa determinación suya para los Esclavos de no tener superior, nos la concediera también a las esclavas, quisiera yo hacer lo posible para llevarla a la práctica y de esa manera cuando él llegue a venir, le diría yo: –“Estoy convencida de que esto es factible para las esclavas; Vd. mismo puede convencerse”. Pero para eso necesitaría yo que todas quisieran ayudarme poniendo cada una cuanto esté de su parte para llevarlo a cabo; decidiéndose a ser sumamente humildes, a dejarse corregir y despreciar, a no disgustarse cuando las repren­dan, sea quien fuere el que les haga la reprensión, rindiendo el juicio completamente para no murmurar nunca ni exterior ni interiormente. De esa manera yo me comprometo a convencer a Nuestro Padre de que las esclavas también pueden llegar a la perfección de la obediencia que él desea.
Yo tengo mucho empeño en explicarles detenidamente cada una de las meditaciones de Nuestro Padre, porque encierran toda la doctrina de la Esclavitud que es muy grande muy hermosa y muy santa; pero necesito desmenuzarla para que a Vds. no les parezca difícil ponerla en práctica, porque miren hijas mías, si Vds. solamente oyen decir como en la meditación de hoy: –“Los Esclavos y las Esclavas han de vivir sumisos a los Sres. Obispos, han de rendirles obediencia ciega, y han de sujetarse a ellos por completo”, lo natural es pensar: –“¡Qué duro es tener que hacer voto de obedecer y amar a quienes cons­tantemente nos están apaleando!”, ¿no les parece? y sin embargo, hemos de hacerlo así, y para que no nos parezca tan fuerte, necesitamos disculparlos de los palos que nos dan, porque no tienen la culpa; consideren hijas mías que el Sr. Arzobispo por ejemplo, vive rodeado de una atmósfera mala, que constantemente tiene a su lado a una persona llena de maldad y de malos deseos para nosotros, que no se ocupa de otra cosa que de ponernos en mal con él, ¿no es natural que a fuerza de respirar esa atmósfera mala, llegue a contagiarse no de la maldad, pero sí tal vez de pensar del mismo modo? es disculpable, yo se los aseguro; no tiene la culpa de lo que hace; ¿por qué no lo hemos de juzgar con misericordia? - ¿Sería culpable por ejemplo la persona que teniendo que vivir siempre al lado de un hombre que padeciera una enfermedad contagiosa, llegara a contagiarse? ¿qué culpa podría tener, si la fuerza o la necesidad lo obligaba a tener a toda hora junto a él a un tifoideo, y a respirar esa atmós­fera cargada de microbios?. Pues así pasa con el Sr. Arzobispo; está rodeado de todo el Seminario, tiene frecuentemente con él a Felipe que no nos quiere, que es peor que un tifoideo porque la enfermedad que padece la tiene en el al­ma; que tiene el pobrecito una lengua muy rara, porque dice las cosas de tal manera que deja caer todo el veneno que puede, quedando él siempre a cubierto y en apariencia, sin responsabilidad ninguna. Ahora díganme, ¿es responsable el Señor Arzobispo, si continuamente lo acosan y trabajan en contra nuestra lo más que pueden para perjudicarnos? no hijas mías yo no lo culpo, porque no pue­de ser responsable del delirio producido por la calentura, el que se ha conta­giado a fuerza de vivir al lado de un enfermo de fiebre que delira. Ya les digo, yo encuentro muy natural el contagio, cuando se vive en una atmósfera mala y es la única que se respira. Me dirán Vds. que también ha habido personas que le han hablado bien de nosotros al señor, y que sin embargo él no les ha querido dar crédito; es la verdad, pero tampoco de eso tiene la culpa, porque es Dios Ntro. Señor quien lo permite así para bien de nuestras almas, para probarlas en las tribulaciones, para darles la verdadera Esclavitud que sólo se alcanza en medio de sufrimientos y de palos, a fuerza de malos tratos y despre­cios.
No olviden que solamente así seremos esclavas, que las humillaciones son las que forman al alma y la hacen humilde, y que el desprecio ya hemos dicho que ha de ser el salario del Esclavo.
Pues si eso es así, y Vds. lo comprenden y lo admiten, ¿entonces por qué se resisten cuando a sus trabajos y sacrificios les concede el mundo y todos los que nos rodean, la debida recompensa? ¿acaso se enoja un criado cuando sus amos le pagan con plata sus servicios? ¡a que no la rehusan! porque saben bien qué así los ajustaron. Por lo mismo no debemos nosotros rehusar el salario que merecemos después de haber cumplido con nuestros deberes, y contribuido a hacer el bien con la ayuda de nuestros pobres sacrificios. Es preciso que los instrumentos de que Dios se vale para humillarnos y que nos perjudican tanto, funcionen constantemente para ver de cuántos modos nos mortifican; es fuerza que nosotros los suframos contentas, sin murmurar de ellos, sin tratarlos con dureza, sin proferir frases duras en contra suya. Todo lo contrario hijas mías tengamos compasión de todos los que sirven de instrumento, ¡pobrecitos! ¿les parece a Vds. poco lo que se echan encima? ¡qué mayor desgracia que la senten­cia que pesa sobre ellos! - “¡Ay de aquel que sirviere de instrumento para atormentar a otro; más le valiera no haber nacido!”, y esas no son palabras mías sino de Dios Ntro. Señor; por eso debemos compadecernos de ellos y lejos de quererlos mal y sentirnos indignadas, vamos a rogarle a Dios que los perdo­ne, que les tenga misericordia, y cuando nosotros las pobres perseguidas y despreciadas, hagamos algo que pueda tener valor a los ojos de Dios Ntro. Señor, le rogaremos que esos pequeñísimos méritos los tome, y se los aplique a nues­tros enemigos. Sí hijas mías, suframos por ellos para que esos sufrimientos los reciba Dios, y les conceda gracias y misericordias. Para eso vamos a empezar a poner en práctica todo lo pequeñito, y aunque piensen Vds. que es dema­siado insistir sobre el mismo asunto, como a mí una enseñanza que me da Dios, una palabra suya me sirve mucho y hace en mi alma mucho efecto, y además soy tontita y mi ignorancia hace que nada pueda discurrir por mí sola, me fijo en todo lo que veo que es de Dios y de ahí saco doctrina para transmitírselas a Vds.  Por eso hoy vuelvo a repetirles el caso que conté ayer de Pepa, la chi­quita que tenemos, que cuando le da por estar sacando lo que encuentra más pe­queñito entre las hendiduras de las vigas, le roba de tal manera la atención aquello, que se está quietecita luchando por sacarlo con sus deditos y tan callada que parece que ni criatura hay. Así quisiera yo que Vds. pusieran su atención en todo lo pequeño, en cada acto insignificante de sacrificio y de mortificación, porque eso las hará perfeccionarse en la virtud, y además le regalarán a la Divina Niña que es pequeñita, cosas adecuadas a Ella.
Yo no quiero que en general me digan que van a corregirse y a enmendarse, eso no; lo que deseo es que el fruto que se propongan sacar de las meditacio­nes, de los retiros, y de todas las gracias que Dios Ntro. Señor derrama sobre Vds. sea hacer propósitos determinados, porque de nada sirve decir: –“seré humilde para poder soportar el desprecio de todo el mundo”. No hijas mías, pa­ra llegar a un acto grande hay que estarse ejercitando primero en lo pequeño, y poco a poco; de manera que su propósito ha de ser este, (si es que quieren aprender a humillarse): –“comenzaré por tolerar con paciencia los desprecios de una hermana; sufriré las correcciones suyas, me doblaré cada vez que me trate con mal modo la persona a quien acabo de servir”. Todos esos desprecios son pequeños, no valen nada, en comparación de los que tendré que tolerar a medida que vaya yo siendo más esclava; y si desde ahora quiere Dios Ntro. Señor darme una prueba segura de que lo seré, al permitir que viva despreciada, debo alegrarme al recibir cada desprecio, sin quejarme de que me den la paga que me corresponde”. Si hemos dicho que ese y no otro ha de ser nuestro salario, ¿de qué se quejan, y por qué dudan y no quieren recibirlo? yo les aseguro que todavía los desprecios por que Vds. están pasando, son pequeñitos, no valen nada en comparación de los que vengan después, conforme vayan avanzando en el cami­no de la Esclavitud y perfeccionándose en ella.
Otra cosa pequeñita en que deben fijarse constantemente, es la escritura en pizarra para guardar el silencio que se les ha mandado; mucho trabajará el demonio con Vds. en ese sentido; si por ejemplo, se trata de una respuesta corta, como de un: “sí”, les hará ver que es demasiado pequeña esa frase para ocuparse en escribirla y les dirá: –“¡Vaya una tontería! escribir una respuesta tan corta, cuando con un movimiento de cabeza ya podrías haberlo contestado más pronto; la verdad es que no vale la pena”. Pero entonces le contestan: –“pues sí vale, porque el movimiento de cabeza para responder, es una seña y yo no tengo permiso de hacer señas, y de escribir sí lo tengo”. ¡Pero una seña tan insignificante!. –“Pues eso insignificante, eso que no vale nada, es un rega­lo pequeñito con que yo obsequio a la Divina Niña; es un acto de obediencia que Ella me toma en cuenta, es un juguetito que le doy, adecuado a su tamaño porque es chiquita, y quiere que le dé pruebas de amor pequeñitas pero constantes”.
Así debían decirle a la tentación cuando les quiere hacer ver que lo pe­queño no vale y que poco importa que lo descuiden; pero ¡qué capaz que Vds. se preocupen de eso! porque no se fijan en ello es por lo que ven Vds. que las novicias se han vuelto sordomudas, porque como no tienen permiso de hablar, y eso de dar las razones por escrito les parece muy dilatado unas veces, y otras, muy insignificante una palabra para ocuparse de escribirla, por eso se dan a entender por señas, y llaman así a quien necesitan lo mismo a las gordas y cha­parras que a las altas y flacas, porque para cada una tienen su seña especial y muy bien que se entienden y se dan a entender. ¡Pobrecito de Nuestro Padre, y pobre de mí! porque habiendo querido formar un noviciado perfecto, de almas calladas y silenciosas, solamente nos hemos encontrado con una colección de sordo-mudas; nos pasó lo que a las pobres gallinas que les ponen huevos de pa­to y cuando ellas están más contentas rodeadas de sus pollitos, de repente ca­minan al agua y ellas se quedan de lo más asustadas y sin saber qué hacer. ¿No les parece que así me pasa a mí con todas mis hijas? yo estoy deseosa de formarlas santas, me empeño en hacerles ver cuáles son los regalos propios de una Reinita como la nuestra para que así la obsequien, y todas prefieren darle su carretón grandote que haga mucho ruido y que sea propio como para acarrear leña. ¡Pobre Niña! ¿para qué quiere Ella esos regalos? díganme, ¿les parecería propio que a un niño que acabara de nacer le regalaran juguetes grandes que no pudiera ni coger con sus manecitas? ¿sería a propósito darle de ropita, una levita, un pantalón y un sorbete? yo creo que nadie se atrevería a hacer un obsequio de esa naturaleza. Pues entonces ¿por qué tratándose de una criatura tan encantadora como es la Divina Niña, no quieren regalarle cosas pequeñitas como una sonajita formada de puros actos de vencimiento, recibiendo con alegría y con buena cara el mal trato de una persona que es dura? ¿por qué no le hacen una ropita fina y curiosa para que pueda ponérsela?.
Vamos a ver si de hoy en adelante se proponen vencerse en todas esas pequeñeces que precisamente porque no valen gran cosa, no cuestan mucho trabajo, y sí en cambio nos van ejercitando en la virtud. Vamos a ver si las que ahora han salido del retiro, marchan al Templo, decididas a sacrificarse, a trabajar con empeño, a dejarse despreciar; veremos si al llegar, se presentan delante de la Divina Niña para decirle: –“Ven a mis brazos Niña, Aquí los tienes, son tuyos, jamás te soltaré. No tengas miedo, tus enemigos nada pueden contra ti, porque tienes hijas dispuestas a dar su vida por defenderte, y desde hoy van a demostrarlo sufriendo contentas y por tu amor todas las durezas, los desprecios, los malos tratos que les quieran dar, y pensando que esos despre­cios son la paga en oro de sus pobres sacrificios, y ese oro vale mucho puesto que nada menos ha de servirles para comprar la santidad”. Ahora, si no quie­ren humillarse, si les duele tanto el desprecio, si no lo pueden resistir, no las obligo, de manera que pueden llegar a decirle a la Niña: –“No puedo sostenerte en mis brazos, es imposible que yo pueda sufrir tanto desprecio, que me deje maltratar, que a toda hora viva humillada, y que después de todo no tenga ni siquiera el derecho de desahogarme un poco, ni de quejarme cuando me sienta cansada; es imposible que mi generosidad para perdonar a los enemigos llegue a tal grado, que no sólo los perdone, no sólo reciba sus injurias de buena gana, sino que hasta pida por ellos. Yo no me comprometo a eso, con tal motivo, prefiero tirarte Niña, y que te levante otro; puedes buscar defensores porque yo no tengo fuerzas para sostenerte”.  ¡Pobre Niña! ¿será posible que tus hijas a quienes amas tanto, te nieguen sus brazos y prefieran verte tiradita en el suelo mejor que doblarse un poco para levantarte? ¡Pobre Niña! ¡que en ese caso te encontrarás sola, porque no tienes quien te ame!. Pero no, yo es­toy segura que todas están resueltas a vencerse, que todas van contentas al sacrificio, que admiten sonrientes y tranquilas la paga de sus trabajos, que es el desprecio, y con ese salario se considerarán felices puesto que es con lo único que podrán comprar la Esclavitud para ser verdaderas esclavas”.
Postradas en la presencia de la Divina Niña vamos a pedirle que nos dé fuerzas para tolerar los desprecios, para soportar los malos tratos, para no murmurar ni exterior ni interiormente, para perdonar de todo corazón a nuestros enemigos y a todos los que nos quieren mal y nos persiguen; para sufrir con gusto las tribulaciones que Dios Ntro. Señor nos mande, porque si no tienen fuerzas no llegarán nunca a poder asegurar que son verdaderamente esclavas.
No olviden cuál ha de ser el fruto de esta meditación: –“ejercitarse en todo lo pequeño no despreciando ni el acto más insignificante, porque de esa manera esteremos prácticas y cuando llegue la hora de sufrir desprecios y humillaciones terribles, sabremos sufrirlas siempre callando, con la seguridad de que nos hacen bien; y en lugar de tener un mal deseo para quienes nos lastiman, no abrigará nuestro pecho sino sentimientos de gratitud, pensando que sus des­precios son los que nos hacen esclavas”. El otro fruto, óiganlo bien, es: –“que debemos tener amor y sumisión a los Obispos; que tenemos obligación estricta de obedecerlos, sujetándonos a ellos y no murmurándolos tampoco, ni exterior ni interiormente cuando contagiados por el ambiente malo que respiran, por la at­mósfera emponzoñada de nuestros enemigos, nos acusan y nos hacen sufrir”. Eso es lo que hoy vamos a tener presente trayéndolo constantemente a la memoria para que de allí no se borre; y les aseguro que el solo pensamiento si lo aceptamos con gusto, nos será recompensado por Dios Ntro. Señor con puras gracias de Esclavitud.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor Sacramentado y a la Divina Niña para Nuestro Padrecito y para nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.
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