martes, 2 de octubre de 2012

MEDITACION Nº 12 LA FLOR DE LA ESCLAVITUD SON LAS SACRAMENTADAS




Preludio 1º.- Como en la primera meditación.
Preludio 2º.- Imagínate que la Esclavitud ya está en el mundo y que tú con nuestras hijas, formáis en ese mundo un ejército salvador de almas; ves religiosas llenas de espíritu apostólico en las escuelas, en los Asilos, en los Obradores, en las Catequesis, & & y ves otras, apóstoles de la oración y del sacrificio de mismas.
Preludio 3º.- Pidamos que el Señor dé a nuestras hijas este espíritu, a cada una según su vocación.

Punto 1º.- Cuando Ntro. Señor hija mía, te hizo ver dónde estaban los ci­mientos y dónde la cúpula de la Esclavitud divina, lo hizo para que bien entendieras dónde estaba también como la quinta esencia de la Esclavitud de la Divina Infantita. Y entonces pudiste comprender que “la flor de la Esclavitud son esas religiosas, nuestras hijas, a quienes por la mayor analogía que tienen con Jesús Sacramentado, dimos en llamar Sacramentadas”.
Y en efecto así es hija mía; y la razón es porque siendo el espíritu de la Esclavitud tan de obediencia, ellas entre las Esclavas serán las más obedientes, haciendo voto de nunca mandar.
Punto 2º.- “He aquí la esclava del Señor”, dirán las Sacramentadas; has­ta la consumación de los siglos seremos obedientes a El. Mientras vivamos en este mundo, obedeciendo a nuestros superiores sean quienes fueren, y en la gloria obedeciéndote siempre a ti mismo, mi Señor, mi Dueño, mi Eterno Rey”.
Punto 3º.- “Para mi obediencia, dirán las Sacramentadas, no hay lugar determinado, ni superior preferido, ni cosa en que obedecer que más me agrade. Obedecer es mi sacrificio para Dios; obedecer siempre, donde quiera, a quien quiera y como quiera. Que no me manden mandar, me está prohibido. - Que no me manden pecar, me está prohibido. - Si no me mandan esas dos cosas, manden lo que quieran mandar”.
Afectos.- Señor, esta obediencia es la medicina del mundo que se ha apar­tado de ti en los presentes tiempos. - No es posible hallar remedio mas eficaz para la salvación de las almas, ni modo de glorificarte más. - Nosotras las Sacramentadas, somos las flores del hermoso árbol de la Esclavitud, porque en nosotras está como contenido el precioso fruto que las Apostólicas dan a las almas.
Propósito.- Obedecer. -
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MEDITACION Nº 398
Lunes 23 de Abril de 1906. a.m.
LA FLOR DE LA ESCLAVITUD
SON LAS SACRAMENTADAS

Dice Nuestro Padre en su libro, que la flor de la Esclavitud serán las Sacramentadas. Vds. parece que no lo entienden, pero es porque como hasta ahora no hemos tenido todavía una monjita de esas, una verdadera Esclava Sacramenta­da para servirnos de modelo, no se dan cuenta Vds. de cómo serán esas almas que han de llevar una vida profundamente anonadada, consagrada por completo al servicio de Dios Ntro. Señor y a la oración, y que serán la delicia de la Es­clavitud.
Miren hijas mías, voy a ponerles este caso: cuando Vds. ven que yo entro a retiro porque tengo necesidad de estar con Dios, de tratar con El, de agen­ciar en la oración cuanto es necesario para la Obra, y ese día no quiero ver a nadie, ni hablar con nadie, porque no apetezco más que el trato con Dios Ntro. Señor y de El voy a tomar fuerzas para todos los sufrimientos que vengan, y a recibir luces especiales para dirigirlas y gobernarlas llevando sus almas a la santidad, ¿les cae a Vds. pesado? ¿les parece mal? yo creo que no; me extraña­ran, es natural; les parecerá que es mucho el tiempo que dejan de verme, porque como me quieren, el mismo cariño les hace sentir pena cuando me les pierdo un poco; pero en cambio, ¿a que se sienten felices cuando saben que Dios me ha dado sus órdenes, que ha dictado lo que se debe hacer, y que yo trato de ponerlo en práctica? ¿no es cierto que eso les da gusto? - Pues bueno, esa ha de ser la misión de las Sacramentadas; rogar constantemente por la Obra, agenciar con Dios todas las gracias que se necesiten, vivir siempre delante del Sagra­rio llorándole a Ntro. Señor sus miserias, porque sólo así se consigue la unión con Dios, a fuerza de humillarse; sólo así se alcanzan luces, gracia y todo lo que nos hace falta. Eso es lo que yo hago al entrar a un retiro: buscar a Dios en la soledad para llorar mucho delante de El todas mis faltas, mis imperfec­ciones, mis debilidades, porque soy muy miserable. Allí le ruego que me haga buena, que me dé mucha dulzura, que me sepa humillar; allí agencio todos los favores, allí consigo inmensos beneficios, allí me dice Dios cuanto debe hacerse, y ya después no tengo más que hacer que determinar lo que El quiere que se haga.
¿No les parece que ha de ser muy hermosa la vida de las Sacramentadas? Es cierto que no será de pura oración puesto que también trabajarán, pero será solamente en el servicio de Dios Ntro. Señor; atenderán los Sagrarios, lavarán la ropa, cuidarán de que todo esté arreglado, harán las Hostias, y unirán a esos trabajos una constante oración, una vida llena de recogimiento. Por eso ven Vds. que no volverán a ver a nadie, ni a tratar con sus familias; enteramente deben consagrarse a Jesús Sacramentado y hacer de cuenta que para ellas murió el mundo y ellas murieron para él. Yo les aseguro que ha de ser una vida encantadora, y aún cuando esas almas no conquisten a otras materialmente como lo harán las Apostólicas, también las ayudarán a salvarlas con sus oraciones, con sus sacrificios, siendo las que todo lo alcancen de Dios, y sacando del Sagrario cuanto sea preciso.
En cambio la vida Apostólica tal vez sea más meritoria a los ojos de Dios porque es de mayor sacrificio, de lucha constante para impregnar en las almas una cosa difícil como es el amor a la Cruz, el saber contrariarse y vencerse constantemente, y después de muchos afanes y trabajos, recibir por pago ingra­titudes y desprecios. Pero no importa hijas mías, ¿somos esclavas? duro tiene que ser nuestro salario, no tiene remedio; muy mal nos ha de pagar el mundo, pero como trabajamos por amor de la Divina Niña, de esa Reinita que Dios ha querido darnos acabada de nacer, o más bien dicho, acabada de formar, puesto que todavía no nacía al mundo y ya Ntro. Señor desde el momento en que dijo que Ella fuera, le preparó su corte para que tuviera quien la sirviera reconocién­dola como Reina y Señora, y dándola a conocer al mundo como Inmaculada, pero no grande como todos la aman, sino pequeñita, desde su primer instante, por Ella todo lo sufriremos y siempre llenas de humildad.
No digan nunca después de haber trabajado y de haberse esmerado con las niñas: –“¡Vaya, siquiera se trabaja pero se ve el fruto, porque ha salido bien!”, no hijas mías, eso siempre deja entender que tienen amor propio; yo quiero que siempre piensen que lo han hecho muy mal, que lo echaron a perder, que nada salió bien y que se consideren incapaces de hacer algo bien hecho. Por supuesto que ese anonadamiento, ese desprecio de sí mismas que han de te­ner las esclavas, llegarán Vds. a adquirirlo poco a poco porque no es posible lograr en un momento la mayor perfección. Si yo ahorita les dijera: –“vamos a que toquen Vds. el piano”; y les pusiera enfrente una pieza de Chopin, de Men­dhelson, o de cualquiera de esos grandes autores, por más ganas que tuvieran de darme gusto no podrían lograrlo; me dirían que sí, pero ¿las tocarían? imposi­ble; para eso necesitarían tener grandes conocimientos en música ¿no es cier­to? pues así pasa con la virtud: hay que ejercitarse en ella y practicarla pa­ra llegar a la perfección. - Para eso hay que empezar por todo lo pequeñito, hay que cumplirlo con exactitud, observando hasta lo más insignificante que les prescriba el Reglamento, y a la hora de hacer el examen no se pregunten nada más si han cumplido con lo que se les ha mandado, porque eso no debe satis­facerle a una esclava que desea aprender a amar a la Divina Niña; no se conformen con cumplir el Reglamento a secas, no se queden satisfechas con decirle a Dios: –“ya recé el Oficio, ya trabajé, ya cumplí con mis deberes, ya hice oración, confórmate con eso”. Eso no es bastante; una verdadera esclava no debe dar tan poco; sus preguntas constantes han de ser estas: –“¿ya cumplí?, está bien, ¿pero lo hice con finura? ¿todos mis actos de hoy, consagrados a Dios fueron finos y delicados? ¿cómo hice oración? ¿teniendo niñas a mi cargo las descuidé para irme yo con Dios, y las dejé solas? si así lo hice, estoy segura que no lo agradé y que más contento hubiera quedado de mi sacrificio al vigi­lar a las niñas aún cuando desde allí con ellas hubiera yo intentado estar en oración. - ¿Cuando voy a buscar a mi Señor lo hago simplemente porque me lo mandan, o porque quiero amarlo? si lo amo lo buscaré siempre aún cuando esté llena de sequedad, aunque nada sienta, aunque me parezca que no tengo qué ofrecerle. ¿No puedo siquiera mover mi voluntad para decirle que lo quiero amar? ¿no lo siento dentro de mi alma? pues voy a humillarme a sus plantas para de­cirle: “te ofrezco el no poder amarte ni decirte que te amo”. Tú sabes bien có­mo te quisiera amar pero no puedo lograrlo, y como eso me hace sufrir y es un sacrificio para mí, Tú me lo recibirás. - Dame fuerza Señor; bien sé que de ti solamente ha de venirme cuanto necesite, por eso te lo pido; atiende a mi debilidad y concédeme las gracias que me faltan. - Ya no diré: –“sólo voy a oración porque V. me lo manda”, nada de eso, todo lo contrario; vendré a verte porque te amo y quiero aprender a amarte cada día más; estoy como una madera, mi corazón está insensible, no puedo adelantar un paso aunque tenga voluntad; pero no le hace, yo te ofrezco ese corazón seco y duro como un palo; es lo único que puedo darte, unido a las ganas que tengo de sacrificarme por tu amor eso sí; y quiero sacrificarme no como criada asalariada sino como esclava, es decir, sin esperar ninguna paga, sin ajustarte la cuenta, sin pensar en méritos ni en in­dulgencias, sino únicamente pensaré en que por amor tuyo sufriré cuanto quie­ras.  No quiero recompensas y ya que Tú has querido darme un total desprendimiento de todo, aprovecharé esa gracia sirviéndote también por puro amor”.
Así es como las esclavas hemos de ir a Dios y hemos de procurar llevarle a las almas. Yo tengo por eso una custodia, como diciendo: - en este viril llevo a Jesús Sacramentado, y ya saben todos los que se acerquen a mí, que te­nemos que ir a Dios, que a El han de ir encaminados nuestros pasos, y que he­mos de consagrarle todo el amor de nuestros corazones. - Luego vienen las Apostólicas que llevan prendido al pecho un copón lleno de formas, como una señal de que han de llevar a Dios Ntro. Señor a todos los corazones, consagrándose a formar las almas de los niños, matándose por ellos en el trabajo, y no dejando jamás de inculcarles el amor a Jesús en el Sacramento. Ellas llevarán a los Sagrarios todos sus sacrificios, unidos al fruto que hayan logrado en las almas, y allí los depositarán para que luego las Sacramentadas los ofrezcan a Dios Ntro. Señor diciéndole: –“Aquí tienes Señor estos corazones de niños, están consagrados a ti, son soldados tuyos Señor, dales fortaleza para que ya no se aparten de tu lado y nunca te abandonen”. Allí con ellos se ofrecerán también las Sacramentadas, porque han ayudado a conquistarlos con su oración de anona­damiento y de constante sacrificio; llevarán por insignia un cáliz, y ese que­rrá decir que han agotado todos los sufrimientos, que han dado primero su vida por las almas en los trabajos apostólicos, y ahora están allí dispuestas a vi­vir anonadadas con Dios, Sacramentadas en El, rogando sin cesar porque triunfe en el mundo el Reinado de Jesús Sacramentado y de la Divina Infantita. -
Postradas en la presencia de la Divina Niña, deseosas verdaderamente como todas estamos de la santificación de nuestras almas, y de que Dios Ntro. Señor se una a nosotros y escuche las súplicas que le hacemos para que venga a nues­tros corazones dándonos oración, vamos a rogárselo a la Divina Niña y Ella no duden que lo conseguirá. Entonces Dios oirá nuestros ruegos, atenderá las peticiones que le hacemos, y si hemos sabido sufrir por su amor y vivir constantemente crucificadas con El, sacrificándonos contentas aún en tiempos de guerra, cuando por todas partes se reciben palos, no duden que recibiremos el premio. La recompensa de nuestros afanes y de habernos sostenido firmes, permaneciendo fieles en las pruebas, será una santidad loca de amor por Jesús en el Sa­cramento y por la Divina Infantita. Esta recompensa la tendrán todas las que han sabido guardar fidelidad en estos tiempos de terrible lucha; y se los digo, porque no vayan a pensar que solamente quien se decidió a venir con noso­tros en esos tiempos y a servir a Dios en medio de los palos, es quien tiene mérito; no hijas mías, todas las que al sentirse apaleadas, a pesar del dolor natural que sienten, tienen ánimo para decir: –“no importa, vamos adelante”, y con la cara sonriente y llena de felicidad trabajan y se sacrifican, tienen mérito delante de Dios Ntro. Señor. El está pendiente de todas sus acciones, nada se le pasa, de manera que aunque estuvieran en el rincón más apartado de la casa y allí se estuvieran sacrificando y humillando, ignoradas de los demás, aún cuando nadie apreciara aquellos sacrificios, Dios no los olvida y la recompensa que les dará por sus trabajos será: llamarlas a su lado.
De modo que cuando las Apostólicas hayan dado su vida por las almas, cuando se hayan martirizado por impregnarles el amor a la Cruz, a cierta edad les premiará sus sacrificios haciéndolas Sacramentadas para que vayan a vivir junto al Sagrario, para Dios solamente y allí le digan: –“Aquí tienes a tu esposa que ahora es toda para ti; ya ganó muchas almas para gloria tuya, y hoy sólo le queda venir a ser tu compañera constante, viviendo sacramentada conti­go y anonadada por tu amor”.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor Sacramentado y a la Divina Niña para Nuestro Padrecito y para nosotros en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.
Acordaos ¡oh piadosísima Virgen María, &.

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