martes, 30 de octubre de 2012

MEDITACION Nº 17 LA ESCLAVITUD DE JESUS PRACTICADA CUANDO, COMO Y SIEMPRE QUE DIOS QUIERE



Preludios.- Como en la meditación 15

Punto 1º.- Volvió a mandar el ángel a José y éste a Jesús y María y todos regresaron a su patria; pero advierte bien, hija mía, que no fue cuando se les antojó, sino cuando Dios mandó.
Punto 2º.- Admira a Jesús entre los Doctores en el Templo de Jerusalem. - Obedeciendo está a su Eterno Padre.
Únete con María y llora con Ella la pérdida del Divino Rey. ¡Cuánto sufre su corazón de Madre!.
¿Y por qué lo ha hecho así Jesús, con María y José?. El mismo nos lo ense­ña, respondiendo a la amorosa queja de su Madre: –“No sabíais, les dice, que en lo que atañe a mi Padre debía yo estar”. (1) - Mi Padre ha mandado, y para obedecer a Dios no hay que consultar si los padres sufrirán o no. Sobre todo hay que obedecer a Dios. -
Punto 3º.- Después de esto se fue con sus padres a Nazareth y vivió siempre sumiso a ellos.
Piensa hija mía, lo que es en esto más admirable y lo más práctico. - Jesús obedece a María y Madre e Hijo obedecen a José.
El que es Superior Infinito obedece a la que siendo la más perfecta de todas las criaturas, es infinitamente inferior a El por naturaleza, y los dos obedecen a José, el ínfimo de los tres.
Cada uno obedece en el otro el derecho que ha recibido de Dios; Jesús obedece a sus padres, y María obedece a su esposo.
Afectos.- Señor, hasta cuándo viviré yo examinando las cualidades de mis superiores para considerarlos más o menos dignos de mi obediencia. - No más, Señor, no más exista en mí este error. Sea quien fuere mi superior te representa a ti.
Propósito.- Obedecer a mis superiores cuando quieran y como quieran.
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MEDITACION Nº 403
Lunes 30 de Abril de 1906. a.m.
LA ESCLAVITUD DE JESUS
PRACTICADA CUANDO, COMO Y SIEMPRE QUE DIOS QUIERE

Dice la meditación de Nuestro Padre, que el Niño Jesús obedecía a la Santísima Virgen, y que los dos se sujetaban a Señor San José. - Nos habla esta meditación de cuando se perdió el Niño, y lo encontraron predicando en el Templo a los Doctores, ocupado en las cosas de su Padre.
Ahora vamos a estudiar con la obediencia del Niño Jesús que quiso vivir siempre sujeto a la Santísima Virgen y a Señor San José, y con el modo de mandar de estos dos santos, cómo debemos obedecer las esclavas, y cómo deben las que ocupan algún cargo en la Esclavitud, hacer respetar la voluntad de Dios, sin mandar y sin creerse por el lugar en que Dios las ha colocado, que son su­periores a las demás. Para llegar a practicar con perfección esa obediencia que tendrá que ser general, puesto que los esclavos obedecerán a todos los superiores de la Iglesia y no solamente a uno, y esa obediencia tiene que costarnos mucho sacrificio, y sobre todo, un vencimiento grande cuando tengamos que obedecer y respetar a quien no nos quiere, ni se compadece de nosotros, ni es capaz de tenernos misericordia, por eso quiero irles presentando a Vds. esa virtud poquito a poco; sabiendo primero que tendrán que sujetarse a las perso­nas a quien Dios les ha dado por padres espirituales, como los quieren tanto, claro es que no piensan que es fuerte obedecer, sino que por el solo hecho de ser ellos quienes les mandan algo, el amor que Dios ha querido que Vds. sientan por esos papás, hace que ejecuten con gusto sus mandatos, y que nada ordenado por ellos les parezca duro; esa es la primera parte de la obediencia, la más sencilla, la que Vds. practican sin trabajo y hasta con satisfacción, ¿no es cierto?. Es verdad que no es lo mismo obedecer a una Madre como la Santísi­ma Virgen, llena de perfecciones, adornada de todas las virtudes, que mandaría con una dulzura angelical, (porque ¿no se figuran Vds. qué mandatos serían los suyos tan encantadores?) que obedecer a una mamá ignorante que nada sabe, que tal vez les mande con dureza algunas veces; a una madre como la que Dios Ntro. Señor ha querido darles, que de veras hijas mías, sólo por el gran cariño que me tienen pueden disculparme, porque les aseguro que soy torpe, que no entien­do una palabra de nada, y que al lado de cualquiera de Vds. me quedo muy atrás en saber, en ordenar, en mujerío, en todo; y esto no vayan a creer que por hu­mildad se los digo, nada de eso, aquí no hay más que realidad pura.
Con que vamos a ver, decíamos que la Santísima Virgen por su mucha humil­dad, y por considerar que mandaba a su Santísimo Hijo, a todo un Dios que era infinitamente superior a Ella, debe haberlo mandado con una pena, con un respeto y con un cuidado, que han de haber dado encanto ¿no les parece? por supuesto que lo mismo ha de haberlo hecho Señor San José; y el Niño, ¡con cuánto gusto y alegría se sujetaba también humildemente a obedecer a sus padres!. ¡Qué más podía hacer!. - Por eso todos, los tres nos dan ejemplo a las esclavas pa­ra que sepamos cómo se debe observar la obediencia en la Esclavitud; ha de ser en nosotros una virtud tan arraigada y perfecta, que nos haga practicar actos heroicos de sacrificio, y como esos actos son fuertes y terribles, por eso quiere la Divina Niña que comencemos poco a poco, para que empezando por lo pequeñito, por la obediencia a quien amamos que es la que menos trabajo cuesta, se nos vaya facilitando, y así aprendamos más tarde a obedecer a quien nos trata con demasiada dureza, a quien nos desprecia, a quien nos persigue. Yo pienso que Vds. hijas mías, están siempre dispuestas a acatar la voluntad de nuestros superiores, que se resignaran a obedecerlos siempre, hasta con gusto, si así se los exige Dios Ntro. Señor, pero como por otra parte somos miserables, es muy natural que al pensarlo se nos haga duro, y que nos parezca supe­rior a nuestras fuerzas el tener que rendirnos con una obediencia ciega, a quien tan mal nos quiere como son todos los Superiores, todos los Representan­tes de la Iglesia. - ¡Qué quieren hijas mías, yo como no tengo otra cosa sino miseria, tal vez eso será lo que a Vds. les dé solamente en las meditaciones; por eso les pido que me perdonen, si lastimada como estoy, porque tengo mi al­ma hecha pedazos, no siento más que pena al ver que mientras más nos afanamos y multiplicamos nuestros sacrificios, trabajando en la salvación de las almas y abarcando el mayor número posible de ellas, más palos nos den los mismos a quienes ayudamos, puesto que todas esas niñas son una carga que debía pesar sobre el Señor Arzobispo, sobre su conciencia, porque debiera ser el responsable de ellas, y nosotros le aligeramos el peso desde el momento que le quitamos a él esas ciento cincuenta o doscientas niñas para tomarlas y responderle a Dios por esas almas. Pero no le hace, aunque sintamos mucha amargura hemos de obedecer, hemos de humillarnos cada vez más, y hemos de hacer meritoria la obedien­cia, sujetándonos a la voluntad no sólo de las personas que amamos sino también de aquellas que nos lastiman y nos hieren. Vds. no teman nunca que les quiten a los padres que Dios les ha dado, eso no; por más que lo intenten los enemi­gos de la Obra, no podrán lograrlo se los aseguro. ¿Acaso saben Vds. que al Niño Jesús le hubieran quitado a su Madre? no tuvo otra; la Santísima Virgen fue su única Madre hasta el pie de la Cruz; y aunque hubiera intentado el mundo entero quitársela, no habría podido conseguirlo. Pues lo mismo pasará con los Esclavos y con las Esclavas: los padres que tienen, ¿quién se los ha dado? Dios Ntro. Señor, y lo que El da, pueden Vds. asegurar que no lo cambia porque no es como los hombres que hoy hacen una cosa y mañana se arrepienten de ella. De manera que pueden estar ciertas que a sus padres no se los tocarán, pero ¿que­rrá Ntro. Señor conformarse con que Vds. limiten su obediencia sujetándose únicamente a la voluntad de Nuestro Padre y mía? ¿no la Esclavitud exige de Vds. un sacrificio mayor y una obediencia más perfecta?. Pues bien, esa obediencia pueden desde luego hacerse el ánimo de practicarla de esta manera: primero, obedeciéndose unas a las otras, considerándolas como superiores suyos; ya esa es una sujeción mayor, y todavía lo será más en las que tienen que vivir separadas de mí, como por ejemplo las que están en el Templo.
Vamos a suponer que tienen allí por superior a un sacerdote que no es Esclavo, y como le falta el espíritu de la Esclavitud, pues naturalmente no man­da como pudiera hacerlo un Esclavo, es decir, con mucha dulzura para que el mandato más bien parezca una súplica que una orden; sino que es todo lo contrario; que las desprecia, que las maltrata, que cuando alguna se acerca a supli­carle que la confiese, ni siquiera se digna darle una respuesta, y si se lo vuelve a rogar no recibe sino una humillación más. - ¿Qué deberán hacer las que sean verdaderas esclavas en ese caso? seguirse humillando; si dos veces rogaron y las han despreciado, sigan insistiendo hijas mías cuando sea oportuno, y sin temerle a otro desprecio, lleguen humildes cuantas veces sea preciso, como el que pide una limosna, a implorar que les den la absolución. No crean, a medida que más vea Dios Ntro. Señor que somos humildes, más se compadecerá de nosotros se los aseguro; nos dará una luz siquiera para saber qué es lo que debemos hacer en una situación tan fuerte como la que estamos pasando. A nosotros todo se nos niega; no tenemos ni la aución de acercarnos al sacerdote para de­cirle que por caridad nos conceda la limosna de la absolución que ningún trabajo cuesta, porque todavía habrá cosas que se nieguen porque cuestan trabajo, pero yo creo que el decirnos: “Misereator vestri”, no es una cosa que tenga muchas dificultades ni grandes molestias; y sin embargo, nosotros ¡hasta de eso carecemos! - ¿Y qué podremos hacer? ¿quejarnos? - ni eso siquiera, porque Nuestro Padre el pobrecito está tan lejos, que nada puede hacer por nosotros; nos quejamos con él, y es cierto que sentimos un consuelo, pero no tenemos el remedio, y en cambio le aumentamos su amargura. - ¿Buscar un sacerdote que por caridad se compadezca de nuestras almas y nos confiese? en primer lugar nadie nos querrá hacer ese favor porque no nos apetecen; y además, como estamos rodeadas de enemigos, tenemos miedo de perjudicar nuestra Obra. De manera que no tenemos ni el derecho de pedir esa gracia para sentirnos tranquilas al recibir el perdón de nuestras faltas pequeñas, porque tenemos encima el desprecio general de todo el mundo, es decir, de todo el clero, y ¿saben por qué? nada más por el hecho de pertenecer en cuerpo y alma a la Divina Infantita; porque so­mos las despreciadas esclavas de esa Niña que es Nuestra Reina. - Por eso se presenta aquí el Visitador que nos manda el Sr. Arzobispo, y viene como Juez,­ lleno de dureza a tratarnos como reos, y nosotros estamos obligadas a salir bien humilladas siempre, poniéndonos frente a él únicamente para que nos mal­trate; y mientras todas las Congregaciones religiosas gozan de algunas conce­siones, pueden pedir que las niñas a quienes educan formen entre sí alguna Asociación piadosa, y que se llamen: “Hijas de María o de José”, nosotros estamos excluidas por completo, las niñas de nuestro Asilo no son hijas de nadie ni las reconocen los superiores; sólo son hijas de la Divina Niña porque le rezan su Hora todos los días.
Vamos a pedirle a Dios con toda el alma hijas mías. ¿Creen Vds. que esto pueda seguir así? no es posible; yo no me he acostumbrado a vivir feliz sin Nuestro Padre; bien comprendo la falta que nos hace porque estamos en el caso de decir: –“tenemos el pan pero no hay quien nos lo reparta”. Por eso desde hoy que es la víspera del primer día del mes de Mayo consagrado a la Divina Niña, todas unidas a mí, pediremos sin descanso, le lloraremos a Dios Ntro. Se­ñor, nos sacrificaremos cada vez más, nos sujetaremos a su voluntad santísi­ma a toda hora, en cada momento, y es imposible que deseche nuestras lágrimas y ruegos, y no nos tenga ya misericordia. Sí hijas mías, estén seguras que Dios se compadecerá de nosotros y no nos negará luces, no nos negará gracia, ni la limosna diaria del Pan de la Eucaristía.
Todas hemos de sacrificarnos para ofrecerle a la Divina Niña en este mes, pétalos de flores formados con todas las acciones pequeñitas que vamos a prac­ticar por puro amor; y ya que desgraciadamente las circunstancias por que hay que atravesar, nos obligan a no poder hacer nada de lo que quisiéramos y a ver que en el Templo consagrado a Ella no haya un sacerdote esclavo que hiciera arder allí el fuego del amor, vamos a suplirlo nosotros consagrándole por completo nuestros corazones, siendo sumamente dulces, teniendo todo muy limpio y arreglado, contestando con mucha suavidad a quien nos trate duro, humillándo­nos cada vez más a medida que nos desprecien. Procuren que el Templo esté muy aseado, que Vds. en su persona respiren limpieza, que en todas partes reine el orden, que los sacrificios no se interrumpan sino que sean continuados; todo eso son pétalos de flores que le obsequiamos a Nuestra Reinita para regar con ellos sus altares. Las del Calvario también procuren unirse a las del Templo trabajando sin descanso, siempre contentas, sacrificándose puramente por Dios y por la Divina Niña; lo mismo las de Coyoacan, y de esa manera todas estare­mos unidas y lograremos que Dios Ntro. Señor se compadezca de nosotros y haga que llegue nuestro día, que tiene que llegar hijas mías no lo duden. Dios no puede tenernos siempre así, porque El es Padre cariñoso y sabe bien lo que ne­cesitamos; ahora nos prueba porque nos quiere fuertes para la lucha, y ya sa­ben que las almas sólo se prueban en la tribulación; pero si Vds. no desmayan, si caminan firmes, si claman a Dios llenas de fe y dispuestas a sujetarse en todo, por todo, y en todo lugar a la obediencia, pueden decir con alegría que habremos logrado nuestro mayor deseo que es el triunfo de la Divina Infanti­ta y el que Nuestra Esclavitud se haya salvado.
Postrémonos en la presencia de la Divina Niña para rogarle que nos haga la gracia de que constantemente tengamos flores de sacrificio que ofrecerle; pero que ahora nos esmeremos más en este mes de Mayo consagrado a Ella. No nos importe si no tenemos flores naturales que darle a la Santísima Virgen; no nos dé pena ver que no tendrá quien le cante; lo que debe preocuparnos más que to­do, es que no le falte el amor de nuestros corazones, que sepamos entregarnos a Ella y sacrificarnos cuanto sea preciso, venciéndonos a nosotros mismas a toda hora y en todo momento, obedeciendo y humillándonos delante de todo aquel que nos desprecie; olvidando sus injurias de tal manera, que no hagamos ni mención de ellas, para que así podamos decir con verdad: –“es tanto lo que yo amo a mi Niña, que por Ella todo me parece poco, y sufro contenta, y obedezco gus­tosa a quien me maltrata, y me esmero en obedecerlo con prontitud; si me pa­gan mis sacrificios con un desprecio, no me importa, yo seguiré siendo dulce, suave, llena de afabilidad; trabajaré con afán, cumpliré mi Reglamento, tendré muy aseado el Templo de mi Reina, de esa Niña angelical por quien con tanto gusto me sacrifico; y Ella verá que le doy pétalos de flores, y que son esos pétalos todos mis actos pequeñitos, y con ellos quiero alfombrarle todo el ca­mino”. Y si a las del Templo se unen como les he dicho, las de Coyoacan y las del Calvario, y todas quieren ser dóciles, humildes, obedientes y sacrifi­cadas, tendremos la dicha de ver alfombrado con esos pétalos de flores, el ca­mino de Coyoacan para acá, de aquí al Templo, y del Templo a España, para que vea Nuestro Padre que no está solo, que todas estamos unidas a él, que esas flores son nuestros constantes aunque pequeñitos sacrificios, y que llegan allá para que él sea quien los ofrezca a la Divina Niña, para que vea que tenemos deseos de sufrir con él, de aligerarle un poco las penas terribles que carga a cuestas, de aliviar la amargura intensísima que debe sentir en su alma al encontrarse lejos de su Congregación, separado de su comunidad y sin po­der hacer nada por ella. Ya no es la pena de vivir separado de determinadas personas, sino de estar lejos de su Obra y de todas sus hijas, que formamos una sola alma con la suya, y que unidas a la vez estamos constituyendo lo que él tanto ama que es su Esclavitud.

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