martes, 30 de octubre de 2012

MEDITACION Nº 16 LA ESCLAVITUD DE JESUS PRACTICADA A COSTA DE PADECIMIENTOS ABNEGACIÓN Y PRIVACIONES



Preludios.- Como en la meditación anterior.

Punto 1º.- Aprendamos a ser esclavos de la ley. - Mira a Jesús y a María, sufrir la circuncisión. ¿Por qué esta pena? por cumplir con la ley. - Pueden sustraerse a ella y no lo hacen.
Punto 2º.- Aprendamos a vivir sujetos a la ley. - Contempla a Jesús y a María en la Presentación y Purificación respectivamente.
El Hijo de Dios no tiene por qué ser presentado ni rescatado, ni María tiene por qué ser purificada; esto no obsta para cumplir la ley, aunque sea a costa de abnegar Jesús su filiación eterna, y María su Maternidad divina, su virginidad, su Inmaculada pureza.
Pueden excluirse de cumplir esta ley y no lo hacen.
Punto 3º.- “Toma al Hijo y a la Madre y vete a Egipto, y allí esperas hasta que yo te avise. - José oye este mandato del ángel y él lo transmite a María, y todos lo cumplen, sin atender a las privaciones que han de padecer.
Afectos.- A toda costa me enseñas a vivir sujeto siempre a los divinos mandatos, sin alegar excusas por justas que sean; sin réplica, sin murmuración. - ¡Cuánta perfección Jesús mío! y yo todavía no quiero aprender de Ti.
Propósito.- Imitar la obediencia de Jesús.
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MEDITACION Nº 402
Domingo 29 de Abril de 1906. a.m.
LA ESCLAVITUD DE JESUS
PRACTICADA A COSTA DE PADECIMIENTOS
ABNEGACION Y PRIVACIONES

Hoy hemos visto que la Esclavitud de Dios Ntro. Señor ha sido practicada entre padecimientos, y a fuerza de abnegación y privaciones; eso nos dice el libro de Nuestro Padre, y como prueba de la obediencia tan grande que practicaron tanto el Niño Jesús como la Santísima Virgen y Señor San José nos cita los tres casos en que sufrieron por sujetarse a la ley, no estando obligados a ello. El primer sufrimiento que tuvo la Sma. Virgen fue el de la Circuncisión, y lo sufrió por obediencia voluntaria, puesto que ellos estaban eximidos de cumplir con las leyes; y sin embargo quisieron acatarlas. Luego se fue a humillar presentando al Niño en el Templo y cumpliendo con la ley de la Purifica­ción cuando Ella no necesitaba purificarse. Y después de esas dos pruebas a que se sujetaron por obedecer las leyes que así lo mandaban, sufrieron la tercera, obedeciendo la voz del ángel que les mandó que huyeran a Egipto y no volvieran hasta que se les ordenara. Entonces Señor San José que era el inferior de los tres, recibe la orden, y tanto la Sma. Virgen como el Niño Jesús, infi­nitamente superior a ellos, se sujetan a Señor San José y marchan a cumplir la voluntad de Dios.
¡Qué hermosa obediencia practicada por ellos, y qué ejemplo tan admirable de humildad nos dan a nosotros! Díganme hijas mías, ¿así nos sujetamos a obede­cer? cuando más, se cumple con las leyes del mundo porque él obliga a que se cumplan, y al que no quiere sujetarse a ella lo multan, lo forzan y se le imponen para que acate sus disposiciones. El mundo es tiránico, es déspota, y sin embargo de eso tiene quien le rinda; mientras que la Iglesia que cuando dicta sus leyes, es misericordiosa, y al que no las ha cumplido le da treguas, le concede prórrogas, le tiene paciencia, no encuentra quien la sirva de buena voluntad. El mundano se avergüenza de llevar las insignias propias de la Religión, y muchas veces pasa que hasta las mismas almas que se consagran a servir a Dios o a la Sma. Virgen, no se dan todas, y por un miserable respeto humano, por temor a un: “qué dirán”, llevan con pena un pobrecito uniforme, que es el signo exterior de que pertenecen a María.
Les aseguro que si yo hubiera tratado de hacer con la imagen de la Divina Niña, lo que el Gobierno ha hecho últimamente con el retrato de Juárez, obli­gando a todo el mundo a que lo llevara en el pecho como un distintivo, quizá no lo hubiera conseguido; en cambio el Gobierno se impone, y sabe obligar a cuantos le rinden a llevar como una insignia el retrato de ese indio macuache tan horroroso. - ¡Da pena verdaderamente pensar que hay quien se avergüence de servir a la Sma. Virgen y de ostentar su imagen, y no les dé pena cargar al indio Juárez, que por más que a algunos les parezca un ángel, a mí me parece lo que es: un pobre desgraciado que ha llegado a la categoría de: “Héroe de la Patria”, nada más por haber echado a la calle a las pobrecitas monjas, y haberse robado cuanto pudo. - Habrá tal vez alguna que habiendo servido al Go­bierno no sea de esa opinión, y que diga: –“yo no puedo decir: el indio Juá­rez, porque le merecí favores”, hace bien, pero como yo no le debo ninguno, no puedo creer que es el Señor Juárez, sino que siempre le veo la pata pelada por más que luego haya usado zapatos; y ¡qué quieren! al lado de la Niña, no digo él que es tan horrendo, cualquiera de nosotros pareceríamos sapos comparados con Ella. La verdad es que siento indignación cuando pienso que hay quien hable con gran respeto de Juárez, y quien considere como una honra grandísima el llevar insignias suyas, y no se atreva a presentarse delante del mundo con un hábito y una toca que valen infinitamente más, puesto que son las prendas que para servirla nos ha dado la Reina del Cielo; es el traje propio de las Esclavas, y por pobre que sea, siempre nos honra.
De modo es que ya saben: la que quiera ser esclava, tiene que ser hija de Nuestro Padre y mía, y en consecuencia debe ser una pobrecita igual a nosotros que esos somos; no debe avergonzarse por nada; poco importa hijas mías la pobreza, poco importa presentarse delante de los hombres con un traje miserable y con un zapato menos cuando es uno muy pobre; lo que urge es que siempre la vean a uno aseada y limpia, que su actitud sea siempre modesta, que la apariencia sea la de una esclava humilde y llena de recogimiento. No hay que avergonzarse hijas mías, porque ya saben que muchas veces tendremos que pedir una li­mosna, tendremos que sufrir muchas humillaciones por las almas. Dios Ntro. Se­ñor nos ha confiado la salvación de ellas, y no debemos conformarnos con salvar a las que se alberguen en nuestros Asilos; habrá muchas que sin estar a nuestro lado, podrán recibir el beneficio de instruirse en la Religión y a esas tendremos que ir a conquistarlas con mucha dulzura, poniéndonos a las puertas de las Escuelas Nacionales, y esperando allí como el pordiosero que solicita una limosna, el momento en que esas niñas salgan, para rogarles que va­yan en pos de nosotros; halagándolas de cuantas maneras podamos, cautivándolas verdaderamente para lograr que siquiera una vez en la semana, los sábados por ejemplo, o el día que tengan libre, acudan a buscar a las Esclavas para que les enseñen la Doctrina Cristiana, para que las lleven a Dios, para que aprendan a rezar. - ¡Cuántas niñas habrá que siendo grandes, no sabrán ni siquiera persignarse! ¿no les da pena? pues por eso vamos a luchar sin descanso, pero es preciso que Vds. sean muy fuertes, y sobre todo, valientes y decididas para que a nadie le teman, ni nada les dé vergüenza.
La Esclava hijas mías no debe tolerar jamás que en su presencia se injurie a la Esclavitud, ni nada de lo que forma parte de ella; de modo es que la hermanita que está en el Templo cuidando la mesita, cuando su hermano se acer­có allí a murmurar, y se atrevió a decirle: –“¿Pero es posible que tú te sujetes a vivir siempre trabajando y a consentir que te maltraten?”, si ella hu­biera amado mucho, no debió haberse quedado callada, sino haberle dicho: –“sí, a eso he venido; quiero servir a Dios, y nadie tiene derecho de venir a tomar­me cuenta de mis acciones. No me importa que me traten mal, ni me fijo en que sea el Padre fulano o cualquiera otro el que me regañe; soy esclava y tengo que tolerar a todo el mundo”. También una de las postulantes que al encontrar en el tren a una parienta suya no quiso saludarle porque no la viera que iba pobremente vestida, poco demuestra su amor, porque el que de veras ama, nunca se avergüenza de llevar la librea de la Divina Niña, de la Santísima Virgen, por muy pobre que sea; y nosotros somos muy pobres hijas mías, nada tememos, pero somos sus hijas, sus esclavas, y eso nos ha de dar honra siempre, aunque por eso nos desprecie el mundo y nos trate con la punta del pie. Si nada quie­ren permitirnos, si para nada nos autorizan, si no aceptan nada de lo nuestro, poco nos importe, seguiremos firmes siempre adelante que para ser criadas, (y todavía menos que criadas), para ser siervas no necesitamos que ninguno nos autorice, ni tenemos que aprender en ninguna escuela formada por los hombres. Yo hasta hoy no he visto que se preocupe tanto el mundo por las criadas y que les pongan una Escuela como la de Jurisprudencia para educarlas. ¿Acaso lo han visto Vds.? pues entonces vamos a trabajar por nuestra cuenta salvando almas para Dios, y para gloria de la Divina Niña.
Ahora quiero decirles también, que los sufrimientos que nos hacen penar, unos son los verdaderos, que son los presentes: y son por los únicos que debe­ríamos padecer; los otros son ocasionados por nosotras mismas. Vean Vds. así me lo hacía ver Ntro. Señor en la oración en el último retiro: me decía que el recuerdo de los sufrimientos pasados era un martirio enteramente causado por nosotros, lo mismo que el pensamiento de las penas que tendríamos en el porve­nir. De manera que lo único efectivo es el presente; el pasado debemos olvidarlo, y el porvenir confiárselo a Dios. Ya lo oyen hijas mías, con tal motivo no deben volver a pensar en los castigos que han tenido, en las ofensas que les han hecho, en si el día de ayer fue duro y amargo; tampoco se atormenten con el pensamiento de que su martirio será muy largo, de que tal vez no tendrán fuerzas para soportarlo, de que nunca tendrán hábito, y estarán ya siempre se­paradas de mí, (como luego piensan las de Coyoacan). - No hijas mías, tengan entendido que Dios da la fuerza a medida que la necesitamos, y que nunca nos pide un sacrificio, mayor de los que podemos dar. De modo que cuando la tenta­ción se presente a desanimarlas, cuando el demonio les haga ver un mañana lle­no de luchas y dificultades, Vds. no le hagan caso, sino que le dicen: –“lo que importa es la lucha de hoy, y estudiar cómo he de vencerme en este día pa­ra triunfar”. –“Pero es que mañana será más fuerte esa lucha, y te faltará la fortaleza”. –“Eso ya lo veremos cuando llegue la hora, por hoy no pienso en mañana sino que se lo dejo a Dios, y yo voy a trabajar y a ver cómo me sacrifico solamente hoy; me tiene sin cuidado lo que ya sufrí, y tampoco me preocupa lo que venga, porque eso está en manos de Dios Ntro. Señor”. Si así lo hacen verán qué dicha sentirá su alma cuando después de haberse sacrificado lleguen a ver que la Divina Niña les echó primero los bracitos al cuello y Vds. no la rechazaron, no huyeron de Ella, sino que la sirvieron con gusto y aceptaron por su amor todos los sufrimientos. Que después volvió a echarles los brazos para ir en compañía de Vds. y llevarlas con Jesús sacramentado en recompensa de lo que hayan trabajado por las almas; y que luego les echará los brazos ya en el cielo, para presentarlas a Dios Ntro. Señor aceptándolas como Esclavas suyas que supieron sacrificarse, y llegar por el camino de la Cruz a alcanzar el amor de la Divina Infantita.
Postradas en su presencia le pediremos su gracia para trabajar por amor siempre decididas, sin avergonzarnos de nuestra pobreza, sin que nos duela nuestra pequeñez, sin sentir pena porque hemos venido a ser criadas, puesto que somos las esclavas de la Sma. Virgen Niña. De Ella vamos a procurar imitar las virtudes que nos hacen falta; la dulzura, la modestia, la perfecta obediencia, la verdadera humildad, la resignación angelical para sufrir; y cuando nos veamos despreciadas, no nos dé pena, porque esos desprecios son los que han de formar nuestras almas y han de purificarlas. Luego pasa hijas mías, que cuando Vds. tienen una época de verse bien tratadas, queridas, consideradas, se acos­tumbran muy pronto a esa especie de rutina y ya después no les gusta tener que sufrir alguna humillación; pero ya saben que es preciso, que solo entre los sufrimientos se adquieren fuerzas para luchar, y que no hay más camino para lle­gar al cielo que el camino de la Cruz, y toda la que quiera apartarse de él, ya está saliéndose de la Esclavitud y alejándose de los brazos de Dios Ntro. Señor y de la Divina Niña.
Yo para formar a todas Vds. tengo que llevarlas por la Cruz, porque de otra manera no serían esclavas; a los niños por ejemplo, si yo los llevo por puras dulzuritas y mieles no los formaré, y resultará que algún día me lo reprocharían diciéndome: –“si nos tuviste en tus manos y pudiste habernos hecho esclavos, ¿por qué no lo hiciste?”. Lo mismo me dirían todas Vds. y por eso a ellos lo mismo que a todas, tengo que irles proporcionando sufrimientos y contrariedades pequeñitos, para que así no los sientan, y poco a poco con mucha suavidad se vaya fortaleciendo su alma, porque solo así lograrán adquirir la verdadera Esclavitud.
Le pediremos la bendición a Ntro. Señor Sacramentado y a la Divina Niña para Nuestro Padrecito y para nosotros. En el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

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